En Colcabamba al agave americano le llamamos álamo.
Primo hermano del agave tequilano (aquella planta a partir del cual los
mexicanos destilan el tequila), también el álamo crece en lugares secos y
calurosos abriendo sus hojas verde azuladas, largas y puntiagudas como espadas, en dirección al cielo.
Como el tequila, también el álamo guarda en su piña una savia azucarada que se
fermenta y convierte en alcohol, también le toma más de diez años en crecer y
también florece una sola vez en la vida y muere a continuación. Sí, al final de
sus días, después de los días dulces, desde el corazón del tallo, al álamo le
brota un tronco delgado que parece elevarse sinuoso hacia el cielo hasta
alcanzar unos diez metros y entonces, en los extremos de su último esfuerzo le
brotan unas flores amarillas largas y menudas como chispas al sol. Luego se seca
y muere. Quizá por eso suelen ser solitarios. Y quizá por eso prefieren vivir
detrás de los cercos de piedra, a la vera de los caminos. Y quizá por eso, aún en
tiempos del whastsapp, los amantes utilizan sus hojas para grabar un último mensaje
de amor.
Mensajes de adiós grabados en hojas de álamo, al borde
de la carretera a Tocas. En Colcabamba, Huancavelica.
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