jueves, 7 de mayo de 2009

Desde el púlpito

Pensé que se trataba de algún error, pero, no: el oficio estaba dirigido a mí. En el documento, el Decano de la Facultad de Ingeniería Ambiental me invitaba a la ceremonia de bienvenida al Cachimbo 2005 para, discurso mediante, dar mi punto de vista sobre la ingeniería sanitaria a los nuevos estudiantes. ¿Por qué yo?, fue la primera pregunta que me vino a la mente. ¿Se trataba, acaso, de una broma macabra, de esas que solíamos hacernos entre amigos cuando estudiantes? Preferí quedarme con la duda por el temor de ser desengañado con una cruda respuesta; preferí quedarme con la ilusión de pensar que el Decano, o quien quiera que había sido el de la idea, reparó en mí por alguna virtud.

Esperé el encuentro con ansias. Los días previos, había escrito el discurso que leería y se la hice saber a algunos colegas y amigos para su opinión. Unos decían que el discurso era demasiado íntimo, otros que no tenía nada que ver con la idea de mostrar a los nuevos estudiantes el concepto de la ingeniería sanitaria. Le hice unos cambios. Agregué algunos datos técnicos y lo orienté a la idea que, seguramente, un nuevo estudiante esperaría saber acerca de su futura profesión.
Me vestí lo más serio que pude para ese día. Desempolvé el saco azul, una camisa blanca, mi inseparable jeans celeste y llegué puntual a la cita. La biblioteca se había transformado en un reducido auditorio lleno de alumnos y gente a la que no había visto nunca. El presidente del Centro de Estudiantes me llevó hasta la mesa de invitados. Pude reconocer a algunos de mis ex profesores. Ahí estaba el Ing. Rosasco, Decano de la FIA, que se encargó de iniciar el evento desdeñando, como siempre, los amplificadores porque con su potente y modulada voz le bastaban para atraer la atención del auditorio. «Si quieres cambiarte de escuela, tienes las puertas abiertas. Estás a tiempo, porque tú y tus padres terminarán odiándome, de tanto que te voy a hacer estudiar», les decía a los perplejos cachimbos que seguramente pensarían que si eso es una bienvenida, cómo sería la despedida. Estaba el Ing. Maldonado, Director de la Escuela de Ingeniería Sanitaria, rodeado de un aura de mutis total; con el ceño fruncido, sin mirar a nadie; para alimentar, de arranque, la fama de seriedad extrema para con el estudiante, leyendas que en realidad no pasan de bromas porque quienes lo conocemos, después de haber sido torturados física, mental y psicológicamente en los 8 meses que dura llevar con él el curso "Tratamiento de Aguas" sabemos que es un excelente profesor, y que sólo es posible entablar alguna amistad con él, cuando ya no eres más su alumno. Ahí estaba también el Ing. Morales, con la sonrisa amplia y los mostachos canos. Me reconoció. Me saludo con una pregunta que, viniendo de él, resultaba irónico: «¡Ulises! ¿Cómo le haces para mantenerte joven?, me preguntó. Pues, como usted, ingeniero, me conservo en alcohol, le dije. Celebró la respuesta con un apretón de manos. Me preguntó por algunos de mis amigos. Después de más de doce años de haber dejado de ser su alumno fue gratificante que recordara mi nombre y la de gente de mi generación.
Luego fue el turno del invitado de la escuela de Ingeniería de Higiene y Seguridad Industrial. Habló acerca de los proyectos en los que le había tocado trabajar: perforación de pozos petroleros en la selva de Ucayali y plataformas en el mar de Piura, minas de oro de Cajamarca y Ancash. Todos grandes proyectos. Me sentí perdido. El discurso que yo había preparado no hablaba de nada parecido. Pensé en la cara que pondrían los cachimbos de Ingeniería Sanitaria, en lo decepcionados que estarían de mí, en comparación al primer discurso. Pensé en improvisar en un tema netamente técnico y empecé a resumir mentalmente los proyectos más importantes en los que me había tocado trabajar, hasta que el aplauso que anunciaba el fin del discurso me volvió a la realidad.
Una señorita de pelo largo y sonrisa amable, integrante del Centro de Estudiantes anunció mi nombre y me invitó a pasar adelante. Me erguí, caminé con la duda del discurso a escoger, adormecido por los nervios del temor escénico y me detuve delante del micrófono. Me quedé mudo por unos segundos. Observé alrededor; las paredes altas de cemento caravista, las torres de libros apilados en los estantes, las mesas ocupadas por párvulos estudiantes, como el que yo una vez fui. Tomé el micrófono y como un cura en el púlpito, con la voz aún convaleciente de una leve bronquitis, leí:
Señor Decano, señores profesores, queridos alumnos. Comienzo agradeciendo la invitación a esta ceremonia de bienvenida al cachimbo, en esta nuestra querida alma Mater, a la que vuelvo siempre con especial alegría. Al verlos me remonto inevitablemente a 1988, el año en que ingresé a la UNI; año en el que me asaltaban, seguramente, las mismas dudas que hoy a ustedes, acerca del futuro y la ingeniería sanitaria. Ojala mi testimonio y aún corto paso por la ingeniería sanitaria y el abastecimiento de agua potable, sirva para despejar alguna de esas dudas.
Confieso que en mi caso, por aquel entonces, a mí me asaltaban sobre todo las dudas acerca de la ingeniería. Mi primer ciclo había sido un fracaso. No aprobé casi ninguno de los cursos de matemáticas y mi aptitud con los números —aptitud que yo creía mas que suficiente en el colegio o la academia— había quedado en total duda, al punto de hacerme pensar que yo había llegado a la universidad por alguna clase de afortunada casualidad y que sencillamente debía retirarme. Pero no fue sino hasta el segundo ciclo que desistí de esa idea. Por fortuna, ese año, los cursos se hicieron de régimen anual: uno podía llevar Matemáticas II sin haber aprobado Matemáticas I, por ejemplo, porque la calificación total se haría al final de año. Opté por matricularme en Física I sin haber aprobado Matemáticas Básicas I, esperando un milagro.
Y ocurrió. En el verano del 89 —el 88 sólo hicimos un ciclo por causa de las huelgas—, en la clase de Física I, el Ing. Estrada, sobre una pizarra verde olivo, sin más barita que una tiza blanca, e invocando a la magia de las coordenadas polares y cilíndricas fue capaz de hallar la ecuación que describía el vuelo de una mariposa. Si ya encontrar la ecuación de una recta me resultaba una tarea dolorosa, entender la ecuación de una curva tan impredecible, caótica y zigzagueante como la que describe el vuelo de una mariposa, me resultaba imposible. Pero el Ing. Estrada encontró la ecuación de una manera tan clara, lógica y sencilla que lo entendí todo. Más que un descubrimiento de la física, imaginar una mariposa volando y entender que su vuelo tenía una traducción en un lenguaje de variables llenas de equis y de yes; de ángulos, de senos y cosenos que explicaban no sólo la leyes de newton sino las misma vida, fue para mí un descubrimiento poético de lo que son capaces de hacer las ciencias exactas. Ese día me enamoré de las matemáticas, ese día decidí no renunciar.
La vocación hidráulica es más antigua. Empezó en Colcabamba, allá en Huancavelica, en la sierra central del Perú donde pasé mi niñez. Ahí el agua es sinónimo de cosecha, de alimento, de vida. Ahí mis maestros me dijeron que dos terceras partes de nuestros cuerpos están compuestos de agua, pero mucho después y ya grandecito entendí todo lo que eso implica. Significa, por ejemplo, que él es parte de nosotros, o mejor aún, que nosotros somos parte de él. Con el agua me lavaron el cuerpo apenas asome a este mundo, antes de poder ver por vez primera a mi madre. Con él me perfumaba ella para ir a la escuela. Con él me empaparon la frente para hacerme católico, cuando yo aún no tenía ni idea de lo que significaba Dios. El agua me acompañó a esperar a la primera mujer que amé en Huancayo —llovía el mes que la conocí—; el agua me dio la bienvenida a Lima cuando vi el mar por primera vez. Podría contarles miles de otros recuerdos para demostrarles que el agua me ha acompañado desde siempre y que era inevitable que terminara estudiando aquí.
Después de Física I vinieron otras disciplinas. Hidráulica, microbiología, química; en todas ellas encontré al agua como un elemento mágico y amistoso; había un placer académico en entender las razones que hacían del agua el habitad único y especial de los microorganismos, las razones que lo hacían el disolvente implacable de las sales, el diluyente universal de los ácidos, el catalizador de los iones. Entender el porqué el vórtice —ese remolino que se forma cuando liberamos el tapón de una tina llena de agua—, gira en sentido horario en el hemisferio norte y, antihorario en el sur; entender las razones por las que se forma un resalto cuando disminuye la pendiente de un canal; el porqué puede subir o bajar por causa de la presión; el porqué al agua, como a los hombres, le da por buscar el punto de minima energía, el punto donde por fin se descansa; era como descubrir al personaje de un cuento, al héroe de una novela, al epígrafe de un libro.
Luego vino el trabajo. Me mata de estrés, pero me revive con satisfacciones. Hay un indescriptible regodeo en contemplar un plano que ha sido calculado, diseñado, dibujado por uno; un placer eufórico en construirlo, de ponerlo a prueba y comprobar que funciona; pero mas satisfactorio aún es guardar el recuerdo de la sonrisa de niños celebrando un chorro de agua cayendo de sus caños; los incansables agradecimientos de madres que marcan en sus hogares el antes y un después de tener agua potable; pueblos, barrios, calles reverdeciendo.
Pero hay mucho por hacer. ¿Cómo explicarnos que en pleno siglo XXI el Perú aún tenga apenas un 65% de cobertura de los servicios de agua potable y alcantarillado a nivel nacional, mientras en Lima vayamos por algo mas del 87%? ¿Cómo explicarnos que en pleno siglo XXI apenas el 5% de los desagües producidos en Lima son tratados antes de ser vertidos al mar, mientras que la diferencia es vertida directamente a los cursos de agua sin tratamiento alguno? ¿Cómo explicarnos que el Perú, siendo el origen del río Amazonas, el río mas caudaloso del mundo con 170,000 m3/s al entrar al Océano Atlántico; siendo el Perú un País con 12.000 lagos y lagunas y más de 1,000 montañas por encima de los 5,000 msnm; siendo poseedor del Lago Titicaca, el lago más alto del mundo (3812 msnm), con un volumen de 893 mil millones de m3; siendo poseedor de 1,679 glaciares y de 262 diferentes cuencas fluviales; siendo así poseedor de unas de las fuentes de agua dulce mas grandes del mundo, sea un país con tensión hídrica, es decir, con un consumo per cápita menor a 1700 m3 por año, y para el 2025 pasará a ser un país con escasez de agua crónica, es decir, un consumo per cápita menor a 1000 m3 por año, similar a los países del norte de África o el Medio Oriente?
Aprende del agua, decía un cantor. «Aprende del agua que toma la forma de lo que la abriga. En el mar es ancha, angosta y rápida en el río, apretada en la copa. Sin embargo siendo blanda orada la piedra dura. Aprende del agua que por graciosa se te escurre entre los dedos, tan graciosa como la espiga que se somete a los caprichos del viento y se dobla hasta tocar con su punta la tierra, pero pasado el viento recupera su erguida postura, mientras el roble que por duro no se doblega, es quebrado por el viento. Se blando como el agua para que Dios pueda moverte graciosamente en cumplimiento de su destino y serás eterno como él, porque sólo el que se deja trascender por lo trascendental, será trascendente». Ese es pues, en resumen, mi testimonio. Mil gracias por su atención y bienvenidos a la ingeniería sanitaria.
No recuerdo que tan intenso fueron los aplausos. Recuerdo que volví a ver otra vez la biblioteca, las caras de la gente. Un tipo de bigotes ralos le hablaba algo a su compañero mientras aplaudía; algunos alumnos comenzaban a abandonar el auditorio, y recuerdo que una mujer delgada de ojos vivos, cabello corto y mechón colorado me sonrió.