jueves, 7 de octubre de 2010

Música y burka

«Hoy, a la hora de ir a la universidad, me encontré con una mujer con burka», escribe mi hermano en un mail desde Pistburg, EEUU. «Ya la había visto antes --continúa--. Pero aquella vez apenas cruzamos palabras, pues me preguntó si por allí pasaba el bus 71A, que efectivamente pasa por allí. Esta vez sí hablé con ella. Es de Pakistán. Le dije que no estaba muy seguro si un cantante llamado Ghulam Ali, que canta ghazals (un tipo de canciones poéticas que sólo cantan los elegidos, pues para ello los educan desde niños), al que escucho de cuando en cuando, era también pakistaní. Admirada me dijo que sí. ¿Entiendes las canciones?, me preguntó. Sí respondí en un casi perfecto urdu (lo que en perfecto español, no es verdad). De hecho, le dije que no entiendo nada de lo que dice, pero con la voz y las melodías me bastan para hacerme la idea. Le hablé también de Nusrat Fateh y nuevamente se sorprendió. La música siempre será un buen tema de conversación entre los seres humanos, un tema inagotable», termina diciendo mi hermano.
Conocer a alguien que le guste la música despierta confianza. No sucede lo mismo si conoces a alguien que comparte tu mismo pensamiento político, tu mismo equipo de futbol, tus mismos temas intelectuales, por citar ejemplos. En la segunda semana del año que estudié en la Kochi University of Technology, Japón, me tocó asistir a un colegio secundario de mujeres, junto con el resto de becarios: André de Brasil, Agbar de Pakistán, Bichitra de la India, Dorizia de Tanzania y otros más, para hablarles a los escolares acerca de dónde veníamos y cómo eran nuestros países. Cuando llegó el turno de las preguntas André le dijo a una jovencita, a sugerencia mía, que le preguntara a Agbar si en Pakistán las mujeres podían escoger a su marido. El pobre, incomodo ante esa y otras preguntas similares, defendió que en efecto en su país las mujeres musulmanas no pueden escoger a sus maridos y que son ellas las escogidas, con lo que se ganó no precisamente los aplausos. Varias noches después, mi carencia de música me llevo a tocarle la puerta a Agbar, mi vecino en el hotel en que vivíamos. Le pregunté si podía prestarme su CD player porque me moría de ganas de estrenar los seis discos compactos que acababa yo de comparar en el centro de Kochi. Me dijo que en ese momento estaba escuchando música y que no podía. Tomé la respuesta como una especie de venganza por el mal momento que había pasado en el colegio de mujeres. Pero puedes pasar a mi habitación, dijo luego. Entré con temor. Para mi sorpresa, ahí también estaba Bichitra con un vaso de whisky y fumando unos cigarros árabes marrones. Me sirvió un vaso, me ofreció un cigarro y ambos me empezaron a explicar la música que estaban escuchando. Era Munni Begum, una cantante pakistaní de ghazals adorada por pakistaníes e hindúes, a pesar de las varias guerras que había habido entre ambos pueblos desde su independencia. Luego me hablaron de la música de sus países, mientras yo hacía lo propio con la música peruana y les comenté que en Lima, junto con mi hermano y unos amigos, yo tenía una banda de música que se llamaba “Los Grillos de Medianoche”. Entre whiskys van, whiskys vienen; y escucha esta canción, ahora esta otra; Bichitra terminó medio ebrio, mientras yo me la pasaba aferrado a mi vaso dando pequeños sorbos de vez en cuando para mantenerme cuerdo porque por ahí se acordaban del asunto de la escuela de mujeres y entonces la conversación hubiera dejado de ser tan amable. Les comenté que en el Perú, en los ochentas, hubo una cantante árabe llamada Nazia Hassan (que para mi sorpresa resultó siendo también pakistaní) y que sonó en todas las radios con una canción llamada Disco Deewaneo. Pero se sorprendió aún más al saber que mi hermana menor se llamaba Nazia Zitana. Para cuando se nos acabaron los cigarros y el whisky, salí de la habitación medio ebrio, con un cenicero de bronce en forma de zapato de fakir que me regaló Bichitra, un casete de Munni Begum que Agbar me obsequió y las hojas de papel en que estaban escritas la traducción de "Los Grillos de Medianoche" en idiomas tan inimaginables como el afghani, el hindi, el urdu, y el bengalí: la música puede quitarte la burka.