miércoles, 21 de diciembre de 2011

Intercambio de regalos

Odio el intercambio de regalos. Me refiero a ese tonto juego en el que uno hace como que tiene mil amigos y que mil amigos lo quieren a uno. Lo odio porque si ya es un dilema escoger un regalo para un verdadero amigo, lo es mucho más para gente que apenas conozco; o peor aún, para gente a quien no tengo interés de conocer. Por fortuna, esta navidad a nadie se le ocurrió martirizarme con eso. Después de varios años en los que, coactado por el «ya pues, Uli, no seas aburrido» de algunas mujeres, el «ya pues, Uli, mira que todos estamos participando», esta vez he podido concentrarme en hacer un verdadero regalo. Uno especial, uno que le hago a las personas imprescindibles en mi vida, uno que hago con mis propias manos, uno que me toma días de diseño, semanas de trabajo; uno que esta vez es para mi gran amigo Julio Amenero (bajista de Los Grillos de Medianoche), uno que debí haber entregado hace más de un año como presente matrimonial.

Lo tengo. Lo envuelvo con papel de regalo y lo cubro con una bolsa gigante de plástico porque mi regalo debe tomar un avión, volar al extranjero, y reposar erguido en su destino final. Lo introduzco en la maletera del Elefante Gris y parto al aeropuerto para su entrega. Estaciono el Elefante cerca de las Llegadas Internacionales y camino hasta la sala de espera por donde habrá de aparecer Julio arribando de los EEUU. Hora y media después de lo programado, aparece en el hall empujando un coche con sus maletas. ¡Grillete!, grito al verlo. Nos abrazamos. Me tocó la luz roja, huevón, dice y me cuenta todo lo que tuvo que explicar a los de Aduanas por los regalos que ha traído. Ahí tengo tu merca, dice luego y me muestra el estuche gigante de una guitarra eléctrica que sobresale sobre las maletas. La noticia me pone ansioso como un niño que va a recibir su regalo de navidad. Ya quiero tener la guitarra en mis manos, probarla, olerla, escucharla. Caminamos al parqueo. «Huevón» por aquí, «huevón» por allá, nos ponemos al día en nuestras vidas y nos matamos de risa. Llegamos al Elefante Gris. Me entrega el estuche gigante de guitarra. Lo abro. Un hermoso modelo Epiphone rojo sale de las entrañas. Lo tomo como quien toma una joya. Está bien paja, huevón, digo. Pego la guitarra a mí, toco algunos arpegios mientras Julio me explica las bondades acústicas. Gracias, huevón, te pasaste, digo con la felicidad de quien ha recibido lo que tanto esperaba. Aquí está el resto de la merca, dice Julio y me entrega el resto de pedidos que he hecho con meses de anticipación: El CD del «Adventures in Coverland» de Girl in a Coma, el libro «Race for the South Pole» de Roland Huntford acerca del diario de Amundsen y Scott sobre la exploración del Polo Sur. Gracias, grillete, digo y otra vez me pongo como un niño. Abrazo de nuevo a mi amigo. Ahora es tiempo de mi regalo, digo y abro la maletera del Elefante Gris. Mal y tarde, aquí está mi regalo de bodas, grillete, y le entrego la bolsa negra. ¿Qué es?, pregunta. Un cuadro, digo y yo mismo le quito el sobre para que no se dañe. Entonces muestro el lienzo gigante, en blanco y negro, de un indígena quechua cargando un arívalo. ¡Shusha!, grita Julio. ¿Tú lo pintaste? Claro, pe, grillete, con estas manos sarmentosas. Está bien paja, huevón, vuelve a decir. Lo voy a colgar en «El Inti», dice refiriéndose al restaurante de comida peruana que Julio tiene en New Jersey. Nos abrazamos. Regalo número dos, digo y le entrego un ejemplar de «Ojos de pez abisal». ¡Shusha! «Para Julio. Por tantos años, tanta música, tanta amistad», dice la dedicatoria que he escrito con tiempo, que he pintado con paciencia, con el alma agradecida, con estas manos sarmentosas.