jueves, 8 de julio de 2010

Un domingo para olvidar

Terminé de leer «Un millón de soles» de Jorge Eduardo Benavides y cerré el libro con la sonrisa de felicidad con que suelen dejarme los puntos finales de una buena novela. Pegué un suspiro, observé alrededor y regresé a la realidad.
Miré el reloj: 5:35 de la tarde. Recién entonces tomé conciencia de que hacía 35 minutos que estaba parado en la puerta del Cine Pacífico, recién entonces tomé conciencia de que hacía 35 minutos que M debía haber llegado.
Saqué el celular y revisé si había alguna llamada perdida o algún mensaje de texto. Nada: M no había enviado ninguna disculpa. Ubiqué su número en la memoria del celular con la intensión de llamarla, pero desistí. Es ella quien está en falta, dije para mí; es ella quien debería llamar. Levanté la cabeza. Un cardumen de autos circulaba en dirección a la Plaza de Miraflores con una prisa contagiante. 10 minutos más y me quito, pensé. Caminé al lado opuesto de la puerta del cine y me recosté.
5.36: miré a mi izquierda. Una pareja se hacía cariños. Ella le acomoda la camisa y parecía sugerirle que otro modelo y color le vendría mejor, él sonrió y la tomó por la cintura, luego la soltó y se acercó al quiosco para comprar algo. Una mujer menuda dejó de acomodar la tira de papas fritas que colgaban del quiosco y atendió la venta. 5.37: el semáforo cambió a rojo y el cardumen de autos se detuvo. Un batallón de gente inundó el paso cebra y cruzó la avenida en ambos sentidos. Un grupo de chicas se detuvo frente a mí y se acercaron a un taxi. 5.38: la pareja volvió a hacerse cariños, caminaron en dirección al cine y se perdieron entre el tumulto. El semáforo cambió a verde. El grupo de chicas abordó el taxi y el resto de autos embalsados detrás protestaron a bocinazos. 5:39: suficiente, dije para mí, me largo. Saqué el celular. Te esperé hasta las 5:40, escribí. No llegaste, chao. Envié el mensaje y me fui a buscar al Elefante Verde. Un sentimiento de irritación me inundó mientras caminaba. Está huevón, dije para mí, yo igual me voy al cine. Revisé la cartelera mientras calentaba el motor. En 20 minutos proyectarían "Cartas desde Iwo Jima" en el Cine Planet de San Miguel. Seleccioné la música, puse primera y dejé el estacionamiento. Aceleré. Crucé Aramburú y un patrullero se apareció en el retrovisor. Ordenó que me detenga. Me orillé. El celular trinó en ese momento. Era un número público. Sospeché que era M tratando de hablar conmigo. No contesté. El policía me pidió mis documentos, luego dijo que había rebasado la velocidad máxima. Yo venía a 50, dije. No, señor usted iba a más de 60, replicó el policía. El celular volvió a sonar. No contesté y me enfrasqué en una discusión larga y cada vez mas acalorada con el policía hasta que me dejó ir. Volví a la ruta realmente furioso. La discusión y la idea de perder el cine me pusieron como un toro. Entré a Javier Prado y el celular volvió a sonar. Contesté. Ya llegué, dijo la voz de M. Ya me fui, respondí con frialdad. Hubo problemas en Barranco, el tráfico estaba horrible y no tenía saldo para llamarte. No te preocupes, si no pudiste, no pudiste, respondí cortante. Aún estaba rabioso y temía decir algo de lo que luego pudiera arrepentirme. Oye, pero no te moleste conmigo, pues, dijo M con voz acongojada. No te preocupes, insistí y la comunicación se rompió. Doblé por La Marina. Al rato, el celular volvió a sonar. Miré la hora, ya era demasiado tarde para el cine. No contesté. Decidí regresar a casa.
Volví a hablar con M cuatro días después de ese domingo. Ya te pasó la bronca, me dijo por teléfono. No, respondí. Por tu culpa casi me ponen una papeleta y perdí el cine. Ya te expliqué lo que ocurrió, dijo M. Además, ¿de cuando aquí te vas tan temprano? Esperé 45 minutos, interrumpí. Otras veces has esperado más, presumió M. Se me acabó el libro que estaba leyendo y me aburrió esperar sin hacer nada, respondí. Debiste llevar dos libros, pues, dijo M entre risas. Reí. La bronca se esfumó.
Hace años que no sé nada de M. Pero desde aquel domingo para el olvido, siempre hay un libro demás en la panza del Elefante Verde; esperando fiel, paciente y puntual.