martes, 22 de enero de 2013

Es que nos gusta a nosotros, pue

La multitud ocupa las cuatro esquinas de la plaza de armas de Colcabamba como en un circo romano. Aplauden. Las danzantes de tijera entran a la arena y comienzan a bailar en honor al Niño Jesús. Sí, las danzantes, mujeres danzantes porque, a diferencia de los ochentas cuando yo era un niño en este pueblo, ahora danzar tijeras no es exclusividad de los hombres. «Antes los mayordomos tenían que ser viudas, para que cuiden todo el año al niño Jesús», me explica un Colcabambino. «Ahora, ya no». Supay Demonia, del barrio Zanco, con su falda roja de flecos amarillos, polo negro y guantes fucsias, saluda al pueblo tintineando las tijeras, mirando el cerro Pasorcco. Luna Radiante, del barrio Maras, hace lo mismo mirando el Waychao y comienzan el Atipanacuy del 2013, el campeonato de danzantes de tijera de Colcabamba, en Tayacaja, Huancavelica. Se arrodillan, zapatean, saltan en un pie al compás de las tijeras y la música de un arpa y un violín. La música que también reclama su derecho a los nuevos tiempos porque ahora ya no llena el recinto al viento, sino a todo volumen desde un amplificador. El arpista viste jeans, zapatillas, cuelga un celular del cuello; el violinista, sobrero de ccorpa, pantalón de tela y casaca adidas. El resto no parece haber cambiado. Los niños todavía miramos absortos a los danzantes como si viéramos la reencarnación de algún dios chanka. Supay Demonia se contorsiona en el suelo como un lagarto y danza mordiéndose un pie. Luna Radiante se tira de espaldas y danza apoyando el cuerpo en los pies y las manos como una gigantesca araña. La danza aumenta en complejidad hasta que, media hora después, pasan a las pruebas de valor. Luna Radiante se echa al pavimento y ordena a su violinista bailar sobre ella; Supay Demonia alinea el arpa al centro de la arena y danza sobre el instrumento, parada de cabeza sobre el diapasón. ¿En qué piensas cuando danzas?, le pregunto a Supay Demonia, por la mañana, horas antes del Atipanacuy. «Bailar con ganas, pue, ¿no?», dirá con una sonrisa de niña-mujer, con el cabello en trenzas francesas, vestida con su traje de danzaq frente a mi cámara de video. «Sientes pue en el corazón, sientes que te gusta, te gusta la danza cuando uno danza». Luna Radiante toma un filamento de fierro, se atraviesa la piel de los codos y danza colgando de ella una caja vacía de cervezas. Sangra. Supay Demonia rompe botellas de vidrio con sus tijeras, se quita el polo, se queda en sostén y danza de espaldas sobre el colchón de vidrios punzantes. Sangra. ¿Y por qué Supay Demonia? ¿Por qué llamarse Demonia?, le pregunto. «Es que así me ha puesto mi papá», responderá con otra sonrisa mientras explica que su padre, sus tíos también son danzantes y que ella lo hace desde los ocho años. Luna Radiante se atraviesa los carrillos con una hoz y danza alrededor de la arena. Sangra. Supay Demonia pide a sus músicos que suban sobre ella y la compriman sobre el colchón de vidrios. Se yergue. Sobre su espalda aun quedan clavadas algunas espinas de vidrio. Sangra. ¿Por qué una mujer debería bailar danza de tijeras?, le pregunto. «Es que nos gusta a nosotros, pue. Porque antes, antiguamente, las mujeres bailaban zapateo nomás. Ahora hacemos pruebas también», responderá otra vez riendo.