sábado, 28 de abril de 2012

Un día de estos, un día


Un día de estos ganaré la lotería; la grande, la Megamillions, la más millonaria del mundo. Entonces renunciaré a este fucking empleo, cerraré estos fucking planos y apagaré esta fucking computadora. Hasta aquí llegué, ingeniero, le diré a mi jefe. Ahí le dejo las dos obras, los diez proyectos que se me aparecen hasta en mis sueños; ahí le dejo las mil cartas, los mil oficios que se quedaron sin contestar. Me voy, le diré, me largo; ahí le devuelvo la Ley de Contrataciones del Estado, los expedientes, los archivadores gordos de tanto y tanto papel. Y me largaré bien lejos de esta oficina, a gastar todo mi dinero, mis dólares, mis 390 millones.
Un millón será para comprarle una casa a mi madre. Una por la entrada a Concepción, en Huancayo; una enorme, al pie de un bosque de eucaliptos, con chacras de habas verdes y tablas azules de alfalfa, al borde del río Ingenio. Otro millón será para repartirlo entre mis amigos. Los verdaderos, quiero decir, los que están conmigo desde que yo era nadie, los que nunca me negaron como judas, los que me soportan como soy. El resto del dinero será para construir una autopista. Sí, una autopista. Una que funcione tan sólo para mí y el Audi negro como el de James Bond que también un día me compraré. Sobornaré alcaldes, compraré licencias, permisos; pagaré ingenieros, abogados, obreros; pero tendré mi propia autopista. No habrá mas combis ni taxis que me cierren el paso, ni motos rayándome los costados, ni camiones esptantosos bloqueándome el tráfico. Una autopista sólo para mí. Un puente largo y enorme que una mi casa en el norte de Lima y mi empleo en el sur. Digo, es un decir porque en realidad, con tanto dinero, no trabajaré, sino que por fin me dedicaré a leer y escribir en un estudio lleno de mis  libros y otros muchos que también compraré, dentro de una casa blanca con techo a dos aguas, amplia cochera y jardines con flores. No sé, por Miraflores, Barranco, de cara al mar. Sí, un puente largo y ancho que me lleve hasta ahí, uno tan largo y alto que podrá ser visto por los aviones, los satélites, los espías, los turistas. Con sólo tres salidas. Una a la altura de Caquetá para ir de vez en cuando a pasear de noche por el centro de Lima, otra a la altura de la Carretera Central para irme a Huancayo a visitar a mi madre y otra en Tomas Valle para ir al aeropuerto el día en que una de las mujeres de mi vida llame al celular y diga: Uli, ya regresé, recógeme del aeropuerto. 
Sí, un día estos, maldita sea, un día de estos.