miércoles, 26 de septiembre de 2012

Como el molle macho de Warivilca

 ...porque a Becho le duelen violines
que son como su amor chiquilines
Becho quiere un violín que sea hombre
que al dolor y al amor no los nombre
Alfredo Zitarrosa

Parecía una flor marchita. Tenías que haberla visto fumando y fumando, con el cigarro humeante que entraba y salía de su boca y aterrizaba en el cenicero una y otra vez, mientras me contaba que hace unos meses «el hombre de su vida» había terminado con ella como quien termina un contrato diciendo, pucha, X, todo en la vida se acaba y bueno pues, me enamoré de otra, ¿qué quieres que haga?; tenías que haberla visto girando y girando el vaso de cerveza, dándole sorbos de vez en cuando mientras me contaba que hace unos días había visto a su ex con su nueva pareja en el Ripley de Plaza Norte, agarraditos de la mano, jugando a empujarse como dos chibolos enamorados y que ella se puso mal y se fue a un rincón a llorar solita. Le froté los hombros como si tuviera frío. Pucha, comadre, le dije, yo creo que en estos asuntos hay que ser como el molle macho de Warivilca. Me miró con una sonrisa forzada, como diciendo, gracias, Uli por la frotadita, pero no creo que en este momento esté con ánimos para escuchar otro más de tus cuentos. Entonces yo le dije: ¿Recuerdas que te conté que el mes pasado me fui a Huancayo con mi hermana y un par de patas de la UNI? Ajá. Pues, nos fuimos a ver las ruinas de Warivilca, un templo de piedra y barro construido por los wankas, ahí nomás por Huancán, a quince minutos de la ciudad. Le conté que llegamos como a las cuatro de la tarde, rogando que aún estuviera abierto y nos dejaran entrar. Con suerte encontramos al guía que justo abría las rejas del templo para mostrársela a unos niños y a unos turistas alemanes. El guía explicó de dónde venían los wankas, cómo, cuándo habían construido el templo y ya cuando yo empezaba a aburrirme con las leyendas que contaba, acerca de los amantes y las aguas del manantial que nace en el medio del palacio, el guía habló de un molle hembra y de otro macho que crecían en el patio. Tienen más de 500 años, dijo y entonces yo volví la mirada y la atención a los árboles porque así nomás no se ven seres vivos tan antiguos. Son sagrados, continuó;  ya Pedro Cieza de León, que pasó por aquí en 1545, los menciona en sus crónicas; es por eso que tenemos la certeza de su edad. Yo me quedé viendo al molle hembra que estaba cerca a nosotros. Sin embargo, el año pasado un desadaptado vino una noche, le roció gasolina y le prendió fuego; con las justa y lo salvamos, dijo guía refiriéndose al molle macho que colgaba sus ramas calmo, como amodorrado por el sol de la tarde. Me acerqué a él. El fuego lo había dejado hueco como una "O". El pobre había perdido el interior de su grueso tronco y podía a través de él. Pero ahí estaba. Con las extrañas calcinadas, pero de pie. Por eso te digo que hay que ser como el molle macho de Warivilca, comadre, le dije y entonces sí que mi amiga sonrió.
Foto: archivo personal