domingo, 29 de agosto de 2010

Cuatro postales de la Felizh

I
Viajo en auto, a Huancayo, a 120 kph. Problemas de último minuto me han impedido tomar un bus desde Lima para llegar a tiempo a la presentación de “Titulares y Suplentes…” en la 2da Feria del Libro Zona Huancayo – FELIZH. Desde que salí de Yerbateros, el chofer se ha empeñado en romper las reglas de tránsito yendo a 100 kph en curvas que advierten un máximo 60. La sensación de velocidad se hace tolerable mientras dura el ascenso a Los Andes, pero una vez que llegamos a Ticlio y comienza la bajada, el viaje se torna tenso y peligroso. Las pendientes le inyectan al auto una velocidad cada vez mayor hasta rebasar los 120, el chofer parece adquirir una destreza aún mayor para conducir: rebasa tráileres, deja a tras buses, reta camionetas con la habilidad de un piloto de carreras hasta que el cuerpo se me llena de susto. En cada curva, la sensación de que el auto está llegando al límite de la fuerza centrífuga y que saldré disparado a las aguas del Mantaro, me llena el pensamiento con las imágenes de muerte de los noticieros. Pienso en pedirle al chofer que disminuya la velocidad, pero la indiferencia de los otros tres pasajeros del auto y el temor a la vergüenza de admitir que me muero de miedo, me hacen desistir. Entonces pienso en sacarle provecho al asunto. Me acomodo en el asiento, en el walkman selecciono una música más acorde con el vértigo y la adrenalina, y hago de cuenta que soy yo el que maneja a semejante velocidad. Salto rompemuelles, quiebro curvas, pico en línea recta a 120 kph. Ahora yo soy el Zorro Yangaly, el Henry Bratley, el piloto de carreras que de niño soñaba ser.

II
Llego a Huancayo a las 4:30 pm. Aún sedado por la adrenalina del viaje y la descompresión atmosférica, llamo al editor de Bisagra, para saber como va la presentación. Ya estamos empezando, me responde. Vente volando. Tomo un taxi y, diez minutos después, llego al “Auditorio Edgardo Rivera Martinez” con la mochila llena y la panza vacía. El lugar está abarrotado de gente y el resto de escritores acomodados delante. El cuerpo ahora se me llena con la adrenalina del pánico escénico. Encargo mi mochila, me abro paso entre los asistentes y ocupo la silla que lleva mi nombre. Consuelo Arriola explica cómo es que escribió “Un día después de la primavera”; Giannina Sovero, “El último ladrillo”; Sandro Bossio, “El capítulo de los obesos”. Llega mi turno. Agradezco la presentación y mientras trato de hilvanar mis ideas para explicar cómo es que se me ocurrió escribir “Ya de nada me sorprende”, me doy cuenta que no recuerdo la idea del discurso que había preparado durante el viaje. El pánico escénico se me acrecienta. Titubeo. Entonces, como quien se aferra a un salvavidas, regreso al recuerdo de mi abuelo. Hablo acerca de su costumbre de contarme cuentos de terror cuando yo era un niño, de su manía de exagerar las cosas, de su peculiar manera de hablar el español. Hablo de mi niñez en Colcabamba, mi adolescencia en Huancayo, mi adultez en Lima. Sin pensarlo, termino hablando de mi vida. Como decía Jaques Anatole, un escritor raramente está tan bien inspirado como cuando habla de si mismo.

III
Ceno algo en el patio de comidas de la feria. Mientras lo hago, miro alrededor. El lugar esta atiborrado de gente que sale del cine, gente que va y viene de compras, gente cenando. Una mujer me llama la atención. Está acompañada de una niña. Compra unas hamburguesas en el KFC, carga la bandeja y se sienta a un par de mesas cerca de mí. Acomoda a la niña en una silla, y su mochila en otra. Destapa la comida y se la ofrece a la niña mientras parece hablarle con cariño. La niña se rehúsa a comer, pero luego accede. Entonces también ella come y sonríe. La escena me enternece. La imagino como el personaje de un cuento y empiezo a describirla mentalmente. Es un ejercicio que suelo hacer para mantener la mente en forma. Es hermosa, digo para mí. Espigada, de cabello negro y suelto hasta la cintura; de sonrisa circunspecta y desbordante maternidad. La mujer ahora da un vistazo alrededor. Miro en otra dirección para que no note que la estoy observando. Repito ese juego hasta que la mujer termina de comer y se va.
Por la noche voy a un bar con los editores de Bisagra. En el estrado, una banda de rock toca en vivo. El bajista, un tipo alto de cabello largo y cano parece disfrutar de la música tocando tieso; el guitarrista, en cambio, se mueve con cada arpegio; el cantante se deshace con cada nota mientras toca la segunda guitarra. Hacen covers de Men at Work, Alan Parson Proyect, The Cure. De pronto entra en escena una mujer. Es la misma mujer hermosa que horas antes vi en la feria. Esta vez viste un body negro de encajes, un jean apretado y unas botas de taco aguja. Toma el micrófono y comienza a cantar. Sacude la melena haciendo de Cindy Lauper, contornea las caderas haciendo de Belinda Carlisle, amenaza con las manos cantando como Gloria Gaynor. Media hora después, termina el show sufriendo con la voz de Amy Winehouse. El público aplaude caluroso. La mujer agradece con una venia, reparte besos bolados y se va. ¿Ira a arrullarle a su niña?

IV
Estoy en la Universidad Continental. Mientras espero mi turno para dictar un taller de narrativa, me soleo sentado en el patio como una lagartija sobre las rocas. Lo hago como si con ello almacenara rayos de sol, rayos que en Lima, por estos días, el clima nos tiene negados. Desde mi banca puedo ver un cielo azul, los obeliscos de tierra de Torre-torre y los bosques de eucalipto de Palián. Parece la postal de un almanaque. La sola idea de que al día siguiente deberé abandonar todo eso para lidiar con el tráfico salvaje, los líos del trabajo y el invierno plomo de la capital; me hacen añorar Huancayo aún más. Para hacer el momento más memorable me imagino sentado al lado de una mujer. Se me ocurre que podría ser la mujer del bar, pero luego río al recordar lo que dijo César Palacios en la presentación de “Titulares y suplentes…”, mientras explicaba cómo se le ocurrió escribir “Los que me quieren”. 1) “No sé que tipo de hombre soy que todas las mujeres me dicen que no soy su tipo”. 2) “No sé porque las mujeres siempre se van otro, si dicen que todos los hombres somos iguales”. Río, río, río mientras puedo. Mañana, en Lima, seguramente no tendré tan buen humor.