martes, 1 de marzo de 2011

¿Qué es poesía?

I
Estoy echado en la camilla de una clínica. Me preparo a pasar una endoscopia al estómago y despistar los orígenes del ardor que, desde hace días, me molesta dentro. Póngase de costado, ordena el médico. Una enfermera me arropa el mandil que traigo puesto y me ayuda a girar el cuerpo. El médico vuelve a explicar que va a inyectarme un somnífero, que quedaré dormido por una hora y que una cámara entrará dentro de mí para ver y tomar muestras del sistema gástrico. Ok, doctor, respondo con el miedo de saber que un cordón plástico se paseará dentro de mis vísceras como una serpiente cíclope. Cierro los ojos para no ver la hipodérmica pinchando mi brazo. Lo mismo que en las reuniones de trabajo en que me aburro, decido distraer la mente repasando poemas que se me pegan en la semana. Me viene a la memoria uno de J. E. Eielson que no me abandona desde hace días. Un día tú un día/abrirás esa puerta y me verás dormido/con una chispa azul en el perfil/y verás también mi corazón/y mi camisa de alas blancas pidiendo auxilio en el balcón/y ver... Mi cuerpo no da más y sucumbe al somnífero.

II
Despierto. No es un despertar normal como al que me obliga el nacimiento de un nuevo día; no hay un cansancio sedante que me haga maldecir que es hora de ir al trabajo, ni una pesadez que me haga rodar por la cama diciendo: un ratito más, un ratito más. Es un despertar apelmazado, ciego y consiente como la resaca de una borrachera. Abro los ojos. Ahora estoy en una habitación oscura. La puerta está abierta y la luz blanca que viene del pasillo hace de las cuatro paredes en que estoy un cubo lúgubre. Encojo mis rodillas. Cierro los ojos y dormito mientras espero que pase el efecto del somnífero. Una enfermera aparece en la puerta. Me hago al dormido, quiero seguir descansando. Vuelvo al poema, lo recito de memoria otra vez.
Me yergo. Me siento al borde de la camilla. La enfermera aparece al rato y enciende la luz. ¿Se siente bien?, pregunta. Sí, respondo. Me quita el guardapolvo, me explica que los resultados del examen estarán listos para la próxima cita con el médico y me acompaña al locker a recoger mis cosas. Tomo el celular, la billetera, el nextel y los regreso a mis bolsillos. Estoy un poco mareado, pero creo que puedo caminar sin problemas. La enfermera me entrega unos formularios y el DVD con las imágenes de la prueba. ¿Ha venido con alguien?, pregunta la otra enfermera. No, respondo, pero un carro me espera afuera. Siempre es bueno que alguien lo acompañe en estos casos, dice como recriminándome. La luz blanca del fluorescente me molesta, pero insisto en irme. Me voy rumiando de nuevo aquel poema.

III
Mi primo Andrés me escribe un mail. Me cuenta que está triste por causa de una mujer que se le ha ido. Me envía un poema que ha escrito y me pide que le diga mi opinión. «Discutimos anoche y partiste en la mañana/En la maletera del taxi/quedó el equipaje con tus recuerdos/asustado junto a mí/ No me atrevo a mirarte por la ventana/Tras el duelo del momento/Dios me encamina tras tus pasos/Entro al 2x2 de nuestras ilusiones/Esa pequeña habitación/Está triste la almohada/Y el ropero, y el espejo grande/que no refleja más tu cuerpo». El poema me conmueve. Lo leo de nuevo y respondo el mail con la emoción dentro. Le digo a mi primo que una vez le escuché decir a Giovanna Pollarolo la mejor definición de lo que es un poema. Para saber si un texto es un poema, hay que leerlo y si, después de ello, sientes que algo se te ha quedado dentro del cuerpo, entonces ese texto es un poema.
Hago una pausa en mi mail. La respuesta de la Pollarolo me recuerda la endoscopía que pasé hace un par de meses y el poema de Eilson que me acompañaban la mente por esos días. Aquello de que algo se queda dentro de uno, me trae a colación que aún no he visto el DVD de la prueba. Me pregunto cómo es que lucían mis vísceras mientras mi mente, inconsciente, seguramente, continuaba repasando aquel poema. Pongo el video y lo reproduzco en la PC. En el monitor aparece mi garganta como una campana naranja. La cámara se pasea en ella palpando sus paredes, analizándola, probándola; continua por el esófago, hace lo propio y desemboca en el estómago como quien arriba a una cueva de carne. La cámara sube y baja por las estalactitas, estalagmitas y se detiene en un punto. Una pinza aparece en escena, arranca unas carnes mías y desaparece con ellas. Detengo la reproducción.
La poesía es una reunión de imágenes, Cholo --le escribo a mi primo--. En los poemas que nos gustan, en realidad, lo que hacemos es imaginar cosas que sólo uno entiende, que sólo uno sabe, que sólo uno ve; por eso nos conmovemos. Tu poema me ha movido y me ha dejado medio down, termino.
Un poema quizá sea una endoscopía al alma y los versos, pinzazos al corazón.