jueves, 25 de julio de 2013

La última semana de la araña Ariana

Hay una araña que vive en el cubil de mi oficina. Una araña negra, pequeña, del tamaño de la uña de mi dedo meñique. Una que aparece de días, de semanas; a veces de entre el tubo de planos, de entre el lomo de archivadores, de entre la hojarasca de papeles que se acumulan en la bandeja de expedientes. Una que atraviesa rauda el panel que me separa de los otros ingenieros, corriendo como loca con sus ocho patas y su cuerpo en forma de «8», a trancadas, en pequeños saltos que, intuyo, son de exploración del peligro y el enemigo hasta perderse de nuevo por ahí. No sé si es una araña o un araño. No sé siquiera si las arañas son todas machos, todas hembras o todas hermafroditas. No sé cómo se reproducen las arañas. No sé siquiera si todo el tiempo se trata de la misma araña o, a lo mejor, son generaciones de arañas que se suceden una tras otra, que heredan la vida de padres a hijos como quien recibe una posta en una carrera. En todo caso parecen ser una sola. Una que a la que llamo Ariana. Araña: Ariana; Ariana: araña, ustedes me entienden. La araña que en todo este tiempo ha sobrevivido a las decenas de fumigaciones, a las limpiezas diarias, a las aspiradoras, a los «días de la gran limpieza» y las «cinco disciplinas básicas» que obligan las normas internacionales de calidad. Una que ha logrado escapar de la persecución, del cuadernazo de cuantos la han descubierto cruzando el puente de archivadores a un lado del estante, una que ha hecho oídos sordos a los gritos de pánico de las mujeres que la han visto huyendo por la autopista de cables que unen la computadora y el monitor. Una que ha abusado de su suerte, que sabe que allá en Colcabamba, Huancavelica, la araña es sinónimo de limpieza porque es ella quien se come a las verdaderas alimañas. Sinónimo de soledad. De libertad. Y que por eso a veces les cantamos huaynos que hablan de irse lejos, como ese que dice, apanccoraycha, apacullaway chaychayman/orccocunapi ripucusaccmi suluypi. Una que me recuerda a las arañas de habitaban en la caña de los choclos, pequeñas, verde-amarillas, de las que no picaban, que no eran venenosas y que por eso se paseaban por mis brazos, mis recuerdos y mis manos de niño. Una araña que en una semana habrá de irse junto con mis archivos, mis planos y mis cajas porque, según los inspectores de Defensa Civil, tantos papeles apilados son un peligro para mi seguridad.
Foto: internet