sábado, 11 de junio de 2011

Realidad

I. Hace días que no quiero saber nada de mi país. La realidad me provoca arcadas. No veo los noticieros, no leo los periódicos, no escucho la radio. He usado ese tiempo para leer parte de los libros que esperaban por mí en el cajón de pendientes. Murakami, Adaui, Thays. Mil historias que sacan de mi esquina, mil historias que me hacen vagar por el mundo, mil historias que suceden lejos del Perú. Y he batido mi propio record: tres libros en de cinco días: la ficción vale tres veces más que la realidad.

II. No puedo escapar del trabajo (de algo tengo que vivir). Los documentos siguen llegando a mi escritorio. Se acumulan, se agravan, se multiplican como conejos. ¡URGENTE! reclama uno que lleva un sello anaranjado en una esquina y, abajo, la firma de mi jefe ordenando: Ulises, “su atención”. Lo leo. Un Congresista traslada el reclamo de unos pobladores que no tiene agua potable en sus casas. Lo de siempre. Nos recrimina, nos interroga, nos pide cuentas. Miro la hora. Yo, en cambio, pido cuentos.

III. La empresa en que trabajo cumple 49 años. No es poca cosa. El presidente del Directorio nos ha citado en las afueras del edificio principal para la ceremonia. 500 empleados frente a la bandera, frente al edificio largo como un contenedor de vidrio negro, frente a una laguna artificial con patos nadando. Cantamos el himno nacional, izamos la bandera. El discurso de ley. Miro los patos. Surcan el espejo de agua como pequeños barcos elegantes. En fila. Lentos, calmos, tiernos. Hace mucho que no nado, pienso. Recuerdo el último cuento que un amigo llevó al taller de narrativa. Escribir, decía un personaje, es como respirar mientras se nada. Metemos la cabeza bajo el agua; braceamos, braceamos, braceamos y cuando se nos acaba el aire sacamos la cabeza para respirar. Hace meses que no nado. Hace semanas que no escribo. Hace días que necesito respirar.