sábado, 12 de noviembre de 2011

El mejor bolero peruano de todos los tiempos

Yo te digo, grillete: toda moneda tiene dos caras y todo es según como uno lo vea o como uno lo quiera ver. El otro día, por ejemplo, yo estaba haciendo hora, vagando, vagando y vagando en el Mega Plaza, oyendo la música de mi Ipod, porque eran las seis de la tarde y tenía que encontrarme con una amiga todavía a las ocho y entonces se me ocurrió que era mejor ir al cine, auque sea para dormir. Fui al Cineplanet y al ver la cartelera, poseído por alguna esperanza boba de que quizá voy a ser testigo de la mejor película peruana de todos los tiempos, me metí a ver “Bolero de noche”. Ya de arranque me sorprendió que la sala estuviera llena de hombres mudos, de lo más educados, viendo en la pantalla como Teddy Guzmán, hecha toda una femme fatale de cigarro luengo y guantes largos a lo Rita Haywoth, cantaba un bolero acompañado por Los Morunos en un bar limeño de los años sesenta. Ahí entró a escena Leonardo Torres Vilar y con la cara y la voz de comediante que siempre les pone a sus personajes, ahí mismo la película comenzó a decaer. Pero bueno, así como a un libro hay que darle 10 páginas de oportunidad; a una película hay que darle 10 minutos: si en ese tiempo no pasa nada, hay que abandonar la sala o, como yo, hay que cerrar los ojos y echarse a dormir. Le di 20 minutos. Y te juro, grillete, es increíble como hay gente que le gusta perder su dinero produciendo películas tan malas, tan horrorosas. La historia era un diazepam de 500 mgr, y justo cuando ya me arremolinaba en mi butaca como un perro que se apresta a dormir, apareció en escena Vanessa Terkes en calzones y se puso a chapar con Giovanni Ciccia. Entonces no sólo yo, sino el resto de asistentes despertamos del letargo y la película agarró otro rumbo. La Terkes; con esas carnes que tiene de mujer perfecta (perfecta, pero en otra escala); se paseaba por la habitación de un Ciccia dizque músico abstraído en componer el mejor bolero peruano de todos los tiempos. Jugaba con él como una niña que juega con su peluche. Y lo abrazaba, y le hacia cariñitos, piojitos. Siempre en calzones, por supuesto, para alegría de los galgos de alrededor, hasta que en los siguientes diez minutos se puso tan insoportable de tanto que fastidiaba al pobre Ciccia que no había cuándo componga su bolero, que el director la desapareció de escena. Entonces cerré los ojos para echarme una siesta y cuando ya me estaba agarrando la modorra, el rumor de los galgos ahora salivando de lujuria me hizo abrir los ojos. La Terkes había regresado recargada, dispuesta a dictarle, de una buena vez y de tanto hacer el amor con Ciccia, la canción que el pobre estaba buscando. Pero como hasta la belleza cansa, y yo no estaba dispuesto a soportar otros diez minutos de sobre actuación, otros diez minutos de inconsistencia narrativa, otros diez minutos de inverosimilitud; por más que la Terkes se montara sobre Ciccia como vaquera a su caballo, yo dije: mejor me quito y sigo vagando por el Megaplaza escuchando mi música y ahí fue que se me ocurrió cambiarle el audio a la película. Saqué mi Ipod, me coloqué los audífonos y encendí a Tears For Fears a todo volumen. Y tenías que ver cómo todo cambió, grillete. Tenías que ver cómo la escena en que los amantes se devoraban a besos en la pantalla, como dos bestias en celo, con el “I Believe” retumbando en mis oídos, se transformaba en la escena más lograda del cine peruano de todos los tiempos. Tenías que ver cómo yo entraba en la historia y Vanessa Terkes mandaba al cacho a Ciccia. Y tenías que ver cómo la Terkes se quedaba a solas conmigo; se acercaba, me tomaba el rostro y me besaba. Y me hacía el amor. Y yo, hecho un Lucho Barrios, hecho un Iván Cruz, componía el mejor bolero peruano de todos los tiempos. Tenías que verlo, grillete, tenías que verlo.