viernes, 6 de enero de 2012

Los Grillos de Caral

Hoy falté al trabajo. Después de 15 años de asistir puntualmente al mismo empleo, sin haber faltado nunca, ni por un descanso médico, anoche hice planes, dormí de largo hasta las ocho y no le hice caso al despertador. Desayuné en casa, leí el periódico, encendí el Elefante Gris y con la música a todo volumen pasé por Mayolo, Universitaria, Gamarra y, como en los buenos tiempos, recogí a mis amigos para irnos de viaje. Julio, Elvis y yo: Los Grillos de Medianoche, como en los buenos tiempos. Como en los buenos tiempos, llenamos el tanque con gasolina, el cooler con bebidas, el plano de rutas con marcas de viaje. Y abandonamos Lima. Los arenales de Ancón, la variante de Pasamayo, la bajada a Huaral. Las playas de Chancay, los desiertos de Huacho, los cañaverales de Vegueta y tres horas después de Lima, por fin la ciudad perdida de Caral. Según el carbono 14, Caral tiene 5000 años, dice el guía, mientras Los Grillos caminamos en medio de las pirámides de barro y piedra que se yerguen cónicas y monumentales en medio del desierto lunar, como icebergs marrones sobre una Antártida de arena. La ciudad más antigua de América, agrega; 3000 personas vivían aquí en este valle, en estas construcciones, dedicadas al comercio y la agricultura, cuando en el resto de América, los hombres caminaban nómades y recolectores. ¿Y por qué aquí y no en otro lugar de América?, preguntamos, ¿Qué tenía de especial? Aún no lo sabemos, responde. Aquí no se encontraron armas de guerra, lo que nos hace concluir que no guerreaban con nadie; Esta ciudad era una colectividad humana de comerciantes, agricultores, pescadores y artistas. ¿Artista? Sí, artistas, y el guía nos muestras las flautas de hueso que encontraron en las excavaciones. 5000 años de música, decimos Los Grillos, y celebramos. 5000 años de ingeniería, y reímos. Y caminamos al pie de las pirámides como si alguna vez hubiéramos sido parte de esos músicos y de esos ingenieros. Como si hubiera sido ayer que estudiamos juntos en la universidad, como si hubiera sido ayer que tocábamos juntos en los rincones de Lima. Y nos tomamos fotos como en los viejos tiempos. Y alucinamos que tocamos en el anfiteatro de Caral, mismo Pink Floyd en Pompeya. Y caminamos, caminamos y caminamos hasta que se hace de noche. Y nos metemos de nuevo a la panza del Elefante Gris. Y vagamos por la oscuridad del desierto oyendo música. Escucha esto, huevón. ¿Te acuerdas de esta? Esta versión es más paja, huevón: escucha. Y nos jodemos como niños en un viaje de vacaciones. Y nos matamos de risa, como en los viejos tiempos. Como en esos tantos viajes que hemos hecho juntos por el Perú y América. Y regresamos a casa. Silenciándonos, adormeciéndonos cada vez más a medida que nos aproximamos a Lima, como si adentro, nuestras mentes comprendieran, poco a poco, que ya no tenemos 20 años, que ya no somos estudiantes, que ahora hay obligaciones, que mañana debemos explicar porqué no fuimos a trabajar.