jueves, 11 de octubre de 2012

Mi propio bolero maroquero


Yo soy libre, tú eres libre, ¡que viva la librería!

Con la falta que nos hacen los poetas, grillete. Digo, habiendo tanto ladrón, tanto delincuente, tanto desgraciado andando suelto por ahí, justo tenía que morirse un poeta. Antonio Cisneros, grillete, se murió Antonio Cisneros. Como es, ¿no?, yo lo vi una sola vez y, sin embargo, es como si lo hubiera conocido desde siempre, como si hubiéramos sido patas, como si viniéramos juntos de otra vida. Es que eso es lo que hacen los poetas, grillete. Basta que leas los versos que resumen con exactitud lo que sientes y es como si ese tipo que escribe, ese tipo que declama las líneas fueras tú. Eso me pasó con Antonio Cisneros, en las clases de narrativa de la PUCP. Me acuerdo que se apareció en el salón del tercer piso del Centro Cultural, con su pinta de papá chocho, con su chompa roja, su saco azul y su cabello blanco. Se sentó frente a nosotros y ahí, después de contarnos cómo es que la vida le había mostrado  la poesía, cómo es que se hacen los poetas, se puso a leernos sus poemas. «Un perro negro», «Dos soledades», «Para hacer el amor» y me erizaron los bellos del brazo. Pero cuando se mandó con los «Cuatro boleros maroqueros», con el primer bolero maroquero nomás, casi se me sale el alma: «…con las últimas lluvias te largaste/y entonces yo creí/que para la casa más aburrida del suburbio/no habrían primaveras ni otoños ni inviernos ni veranos/pero no/las estaciones se cumplieron/como estaban previstas en cualquier almanaque/y la dueña de la casa y el cartero/no me volvieron a preguntar por ti». Al toque me acordé de ya tú sabes quién. Y me dije: cierto, compadre, cierto porque un par de semana antes de ese día, en el Colegio de Ingenieros, en uno de esos curso que me obligan a ir, me encontré con gente de la UNI y con X y en eso de que estamos hablando de los años maravillosos, X me dice que ya-tú-sabes-quién también venía para el curso. Entonces a mí medio que se enfriaron las manos con la sola idea de volverla a ver porque, tú sabes, a veces uno dice, no ya no pasa nada con esa flaca y a la hora de la verdad se te aparecen de nuevo las mariposas en la panza. Ah qué bien, dije yo ocultando mi nerviosismo. Y ahí estaba yo, viendo aquí, viendo allá tratando de ubicarla entre los asistentes antes de que me tome por sorpresa, hasta que en el intermedio se me apareció por la espalda. Hola, a los años, me dijo y me dio mi besito en la mejilla. Hola, comadre, dije yo, sí pues a los años. Dos años, ¿no? Sí, pues deben ser como dos años, dije yo. Entonces yo pensé en decirle: O sea que si era posible vivir sin ti, pero me contuve porque había muchos sapos. Pero me reí para adentro. No sólo porque me pareció gracioso lo que había pensado decirle, sino porque, en efecto, después de todo ese tiempo, ya no habían mariposas revoloteando por ahí.
Foto:internet