miércoles, 27 de mayo de 2009

Falso túnel


Estoy en el fondo de un túnel. Me he colado entre los ingenieros que supervisan la construcción del «Ramal Norte», la gran línea de conducción de agua potable que, en su camino hacia el norte de Lima, atravesará la cadena de cerros de San Juan de Lurigancho y Comas. Estamos a ochenta metros dentro de la montaña, en el punto en que, treinta minutos antes, la roca virgen ha sido dinamitada.

Me he vestido con todos los elementos de seguridad: casco, chaleco, lentes; parezco un topo minero. A pesar de lo adentrados que estamos en la montaña, siento frío; el olor nitroso que han dejado los explosivos, la falta de aire, la leve oscuridad de la iluminación artificial, me provocan temor. La conciencia de estar en un lugar en el que nadie más, antes que nosotros, ha estado, desde que la tierra se formó; la imaginación de que todas esas capas de roca, encima de nosotros, en cualquier momento se podrían venir abajo, me dan una sensación de extravío. ¿Cuántas veces hemos asociado la idea de estar metidos en el fondo de un túnel con la situación de hallarnos en problemas y sin salida? Pienso en esa comparación. Recuerdo la plática que hace poco tuve con una amiga acerca del dolor que le había dejado el romper con su pareja después de años de enamorados. «Me siento morir, Ulises, no puedo vivir así», me dijo. Lloró. Recuerdo las veces que también yo he pasado por eso, las veces que me he sentido en el fondo de un túnel sin salida, las veces que me he sentido morir.


Uno de nuestros guías expone los avances de la obra. Nos explica el procedimiento que se sigue para la perforación del túnel; la voladura de las rocas, la disposición del falso túnel, el uso de anclajes de acero para estabilizar las paredes. Me llama la atención aquello del falso túnel. Le pido que por favor me explique más. «El falso túnel es una estructura que se construye para alargar el forado -dice-. Se hace con la finalidad de amortiguar la expulsión de partículas y masas de aire que se originan producto de la explosión al interior del túnel». La explicación me sorprende. «En la medida que se va adentrando en la montaña, el falso túnel, poco a poco, terminaba por hacerse innecesario», agrega. El simbolismo de un artificio constructivo tan lógico y original me deja sobrecogido. ¿Cuántas veces nos hemos sentido extraviados, en el fondo de un túnel, sin salida? ¿Cuántas veces nos hemos adentrado vanamente en ese túnel cuando podíamos muy bien desplegar un falso túnel?

Hace poco descubrí un poema de Elizabeth Bishop (ojala la hubiera descubierto antes). Lo transcribo ahora para que mi amiga lo pueda leer; para convencerla de que lo peor ha pasado; y para decirle que incluso perder, a veces, es ganancia.

Un arte

El arte de perder no es muy difícil;
tantas cosas contienen el germen de la pérdida,
pero perderlas no es un desastre.
Pierde algo cada día.
Acepta la inquietud de perder las llaves de las puertas,
las horas malgastadas.
El arte de perder no es muy difícil.
Después intenta perder lejana,
rápidamente: lugares, y nombres,
y la escala siguientede tu viaje.
Nada de eso será un desastre.

Perdí el reloj de mi madre.
¡Y mira! Desaparecieron la última
o la penúltima de mis tres queridas casas.
El arte de perder no es muy difícil.
Perdí dos ciudades entrañables.
Y un inmenso reino que era mío,
dos ríos y un continente.
Los extraño, pero no ha sido un desastre.

Ni aun perdiéndote a ti
(la cariñosa voz, el gestoque amo) me podré engañar.
Es evidenteque el arte de perder no es muy difícil,
aunque pueda parecer (¡escríbelo!) un desastre.

Nota: Este blogger reaparecerá en 15 días, después de unas recetadas vacaciones.