sábado, 4 de diciembre de 2010

Amanecer

Desde lo oscuro, surco pálido, vienen
los días como muchachos caminantes.
Roberto Bolaño


Es de madrugada y dormito arrinconado en la cama matrimonial de un hotel cinco estrellas. Llevo siete días en las playas de Punta Cana, República Dominicana, disfrutando de mis vacaciones, mis amigos y mi libertad; lejos, muy lejos de los problemas. Debería estar completamente feliz, pero, no. Desde mi partida de Lima, y sobre todo desde esta madrugada en que me he quedado solo, las noticias acerca de la salud de una querida amiga mía me tienen desabrigado. Ella no sabe que yo lo sé y eso me condena a guardar silencio. Un duro silencio. Pienso en ella en medio de mis leves sueños. Me gustaría hablarle acerca de la esperanza, decirle que ahora la medicina lo puede casi todo y que ella se recuperará. O citarle algún verso que hable de Dios, la fe, la vida. Pero luego pienso que esas palabras, venidas de un ateo como yo, sonarían vacías forzadas y nulas; o peor aún, pienso que no existe palabra alguna que pueda explicar la injusticia de los males.
Dormito a trancadas. Las aspas del ventilador del techo llenan la habitación con un ronquido silencioso. Me levanto de la cama, apago el ventilador y cierro la mampara que da al paradisiaco jardín. Enciendo el celular y veo que son cerca de las tres de la mañana. Regreso a la cama a seguir dormitando hasta que reparo que esta es mi última noche en el hotel y aún no he visto la salida del sol por este lado del Mar Caribe.
Miro otra vez el reloj, ahora son casi las cinco. Me levanto, me visto, me hecho andar en dirección a la playa para ver el amanecer. Miro el cielo. Una bruma azul comienza a dibujarse sobre el bosque de palmeras. Tomo una fotografía. Enciendo el iPod. La música de un tango instrumental parece encajar a la perfección con mi caminata. Llego a la playa. El azul del cielo ahora alumbra el mar. El horizonte tiene el color de la brasa. Unas pocas nubes sobre ella flotan como coronas de un algodón gris. Camino. Me sorprende encontrar algunas personas haciendo lo propio y mirando el mar a pesar de la pálida oscuridad. Me detengo en un lugar donde por fin quedo solo y me siento en la arena a esperar el Sol. «Grillete», me llama una voz desde mi espalda. Me doy vuelta. Es Elvis. Me acerco. Yuri y el Capitán están junto a él. Nos saludamos. El Sol sale. En apenas segundos pasa de ser una línea naranja que incendia el cielo, a una linterna gigante y luminosa que me ciega. Mis amigos y yo nos quedamos viendo el espectáculo hasta que el Sol se eleva sobre el mar y las nubes. Hablamos poco. Casi nada. Como si todos entendiéramos que el silencio es parte de la ceremonia que hemos venido a ver. Pienso en mi amiga, en la metáfora que siempre encierra el nacimiento de un nuevo día y me digo que esa es la mejor manera de hacerle saber a ella mi solidaridad, mi esperanza, mi cariño. Tomo una fotografía. Y otra en el salar de Uyuni-Bolivia, y otra en los jeyeseres del Volcán de Ollague-Bolivia, lugares que he visitado luego de Dominicana; lo hago con la esperanza que ella leerá este post, que verá estas fotografías y que se sentirá mejor.