miércoles, 23 de septiembre de 2009

Aún adoro a Winnie Cooper

Yo era un adicto a «Los Años Maravillosos». A finales de los ochentas, mientras dividía mi tiempo entre la secundaria y el desconcierto preuniversitario, acomodaba mi horario para estar en casa antes de las 6:00 p. m. y no perderme ningún capítulo de la serie en la pantalla blanca y negra de mi televisor. Era la reencarnación de Kevin Arnold. A pesar de que mi calle sin asfalto, en el centro de Huancayo, no se parecía en nada a los suburbios norteamericanos, a un recién salido de la adolescencia como yo, le era inevitable identificarse con los miedos, los aciertos, los recuerdos; la obcecada manera de cómo Kevin amaba a su vecina.

Hace unos meses conseguí los DVDs con los 60 capítulos de la primera temporada. Las vi todas. A diferencia de los ochentas en que la emisión televisiva nos condenaba a ver la serie en el orden que se le antojaban a la dictadura de los programadores, de manera que los personajes eniñecían o avejentaban de un día a otro; esta vez la vi en estricto orden cronológico. Mi apreciación cambió. Quizá sea la distancia del tiempo, la madurez que nos inyecta la vida, el peso de nuestra propia experiencia; el hecho es que ahora entiendo la actitud de varios de los personajes. La disciplina, el rigor, la autoridad que imprimían los padres de Kevin, por ejemplo. Los arrebatos socialistas de Karen en el contexto de finales de los sesentas, el humor negro de su hermano Wayne; el temor de Paul a lo desconocido, el dilema del resto de sus amigos.

Pero aún me conmuevo con la voz en off del Kevin Arnold adulto, reflexionando al final de capítulo y con el celestial recuerdo de Winnie Cooper. Después de él yo era quien más la adoraba. Adoraba aquella cabellera negra, larga y lacia que nacía de una bincha hippie, y que le cubría la espalda con un velo de incomparable feminidad; caía rendido ante sus pobladas cejas, sus ojos de muñeca viva, color caramelo; terminaba enternecido con su frágil figura, su liviano andar. Como la huancaína de mi adolescencia.

Después de esos 60 capítulos, me consta lo difícil que la tuvo Kevin para conquistarla. Kevin le da un piquito por primera vez en el Capítulo 1, pero tuvo que esperar hasta el Capitulo 36 para que ella, la muy caprichosa, recién le de el «sí». A partir de ahí la historia se torna apasionada, tormentosa; como toda historia de amor que se respete. En el capitulo 40, van a una fiesta organizada por «el Hugh Hefner de la Secundaria Kennedy», fiesta a la que sólo podían asistir parejas y en el que la osadía era jugar una ruleta rusa. La pareja seleccionada debía besarse en «el cuarto oscuro», un cubil con cortinas de cabaret, al fondo de la sala. Les llega el turno a Kevin y Winnie. Hasta ese momento nunca se habían besado, es decir, no habían chapado, para decirlo en peruano; apenas se habían dado un piquito y no pasaban de andar tomados de la mano. Entran al cuarto oscuro. Les dan 5 minutos. Se quedan mudos, no atinan a nada. Afuera el resto de parejas lanzan alaridos de burla. Entonces, Winnie sale corriendo de la fiesta. Kevin va tras ella, pero no logra alcanzarla. Regresa solo a casa con un tremendo sentimiento de culpa, pensando en la vergüenza que le ha hecho pasar a la pobre Winnie. Pero esa misma noche aparece tocando la ventana del cuarto de Kevin. «Dios, por favor, por favor, por favor, que éste no sea otro de esos sueños en que veo a Winnie», dice Kevin incrédulo. Esa noche, se van a caminar al Bosque Harper, y recién allí chapan por primera vez.

En el Capítulo 44, Winnie se muda de barrio y de secundaria. Kevin, temiendo perderla definitivamente, pide consejos a sus amigos. «Cómprale un anillo. Con eso, ellas se mantienen fieles», le recomienda Jobson, el donjuán del colegio. Kevin sigue el consejo. Compra el anillo y cuando está por dárselo, ella termina con él. Aduce que viviendo en lugares separados no podrían verse, ni hablar como antes. Despechado, Kevin tira el anillo a la basura y jura que no la va a buscar más. El día de la mudanza, no puede resistirse. Kevin va en búsqueda de Winnie. La encuentra subiendo sus pertenencias al camión. Se despiden. Le dice lo mucho que la ama, lo mucho que significa para él. Al abrazarla, le toma la mano y descubre que Winnie tiene el anillo que días antes había tirado a la basura. «Hasta que Winnie se fue, todo mi mundo estaba a las puertas de mi casa. Pero ahora, tal vez, el mundo tenía que ser un poco más grande», dice la voz del Kevin adulto, mientras el niño camina sujetando la bicicleta sobre el asfalto del vecindario.

Con el capítulo 57 y 58, solté unos lagrimones. Winnie estudia ahora en la Secundaria Jhonson. Por un milagro de los dioses, coinciden con los estudiantes de la Secundaria Kennedy, donde aún estudia Kevin. Ambos colegios van juntos al Museo de Historia Natural. Kevin ve en esa visita la oportunidad de ser la pareja que eran antes, cuando iban a la misma Secundaria, cuando viajaban en el mismo bus. Con ayuda de Paul y sus amigos, logra colar a Winnie en el bus del colegio Kennedy. Pero descubre que todo ha cambiado. Ella se la pasa saludando a sus amigos de la Secundaria Jhonson dentro del Museo, tratando de estar y no estar con ellos. Entonces sugiere que sería mejor que cada quien se fuera con los suyos. Así lo hacen muy a pesar de Kevin. Cuando están por emprender el regreso, Winnie confiesa que se ha enamorado de un tipo que estudia con ella. Termina con Kevin. Él cree que se trata de un mal entendido. Regresa al bus a esperarla, pero, en el asiento vacío de Winnie, descubre el anillo que antes le había regalado. «Entonces supe que la chica de a lado se había ido y que la vida no volvería a ser la misma jamás», dice la voz del Kevin adulto. Pero no se conforma. Él, que en todo ese tiempo se mantuvo fiel, (ya pasaron mas de 22 capítulos desde que le dio el sí), soportando los acosos de Vecky Slater (aquella niña que hasta le golpeaba por no darle bola) y de Madelen Adams (aquella belleza que le hablaba en francés, y por la que media Secundaria Kennedy estaba loco), trata de recuperarla. Arma una fiesta en casa de Paul con la idea de invitar a Winnie y hablar con ella. Pero al enterarse que iba a ir con su nuevo novio, invita a Madelen. En la fiesta, victima de los celos, Kevin baila como un descosido tratando de llamar su atención. «Winnie te está poniendo en ridículo. Es hora de que lo aceptes», le dice una mortificada Madelen y lo abandona. Kevin la manda a rodar. Winnie trata de calmarlo, pero también ella resulta víctima de la discusión. «Nuestra relación no significó mucho para mí», miente un furibundo Kevin. Regresa a casa después de andar sin rumbo por el vecindario. Se va al garaje para estar solo. Ahí encuentra a su padre. Le cuenta todo lo que le ha pasado. Recién entonces, en los brazos de su padre, Kevin llora. Luego va a casa de Winnie. Pide perdón por lo que dijo y se quedan hablando como amigos. «Esa noche platicamos sobre la vida, sobre nosotros. Tal vez no éramos los mismos niños que antes fuimos; pero algunas cosas nunca cambian, algunas cosas pasan y aunque no sabía qué iba a pasar con nosotros, o a dónde íbamos a llegar, sabía que yo no podía vivir sin ella», termina diciendo la voz del Kevin adulto.

Aún adoro a Winnie Cooper. A pesar de semejante maltrato a Kevin, a pesar de tanto tira y afloja, a pesar de tanto perder. A pesar de que Danica McKellar, la actriz que encarnaba a Winnie, haya cambiado tanto. Después de protagonizar películas de segunda, de aparecer de invitada en serie televisivas para el olvido, dejó la actuación y se metió a estudiar a la Universidad de California. Se graduó nada menos que de matemática y publicó un libro: «Las matemáticas no son tonterías: como sobrevivir con la matemática en la educación media sin enloquecer o romperte una uña». El 2005 posó, con bastante ropa de menos, para un catálogo de lencería de la revista Stuff. Nada que ver con nuestra Winnie.
No termino de ver los DVDs de la tercera y última temporada, pero no pude evitar saltarme al capitulo final para escribir estas líneas. Kevin regresa a casa después de haberse fugado con Winnie, en otra locura de amor. Se reconcilia con todos; con el padre, la madre, con Wayne y Karen. La voz del Kevin adulto cuenta el destino de cada quien. Winnie se va a estudiar arte a París. Se escriben durante ocho años, cada semana. Él la va a esperar al aeropuerto después de todos esos años, pero esta vez lo hace junto con su esposa y su hijo de ocho meses. «Las cosas casi nunca salen como lo planeado», reflexiona un Kevin, ya padre de familia. «Uno crece sin darse cuenta. Un día estas en pañales y al otro, ya te has ido de casa. Pero los recuerdos de la niñez permanecen contigo para siempre. Recuerdo un lugar, una ciudad, una casa como tantas otras casas, con un patio como tantos otros, con una calle como tantas otras; y lo curioso es que después de tantos años, sigo mirando atrás y me maravillo». También yo.