I
El fin de ciclo en la UNI del ochenta y nueve
coincidió con la cosecha de maíz en Colcabamba. Entonces viajé hasta allá y en
las semanas de vacaciones ayudé a los taytas y las mamas que ayudaban en las
labores a mi madre y mi abuelo. Corté chala, despancé pancas, desgrané
mazorcas. Cargué mis quipes, arrié las mulas, armé los tendales. Asoleé los
granos, apilé las cargas, almacené los sacos. Pero sobre todo hice geología. A
mitad del corte de chala, a mitad del arreo de las mulas, me detenía a observar
las piedras que se cruzaban en mi camino y las clasificaba como me había
enseñado el ingeniero Palacios en las aulas de Ambientales y los laboratorios
de Minas. Ígneas, sedimentarias, metamórficas. Andesita, gabro, calcopirita;
esquisto, pizarra, filita; arcilla, travertino, limonita. Observaba las
salientes rocosas, los amarus, los cerros y describía sus buzamientos,
estructuras, estratigrafías: batolitos, lacolitos, plutones. Ima rarutacc
wawayky, mama Satu, le decían las mamas a mi madre. Qué raro es tu hijo. Anda
agarrando, mirando piedras nomás.
II
Mi madre ha regresado a Lima después de la semana
santa. Me cuenta cómo ha estado la fiesta, cuanta gente ha habido, con quiénes
ha conversado en Colcabamba. Me he encontrado con mama Nicolasa, me dice. Me ha
preguntado por ti. ¿Quién mama Nicolasa?, digo yo. La que vendía cuchicanca en
la plaza, pues. La que nos ayudaba en la cosecha de maíz. La describe. Está
viejita, su trenza todo blanco, bajita, con las justas puede caminar. Ah, digo
yo fingiendo recordarla. ¿Maypitacc wawayky? ¿Qué es de tu hijo?, me ha
preguntado. ¿Cuál hijo? Ese que te ayudaba en la cosecha, ese que paraba
recogiendo piedras nomás. Ah, él vive en Lima, dice mi madre. ¿Y qué hace? Es
escritor. ¿Escritor? ¿Qué es eso? Escribe pues, cuenta la vida de los otros.
Puede escribir tu vida. Puede escribir que vendías cuchicanca. No creo, dice
mama Nicolasa y a mí, en la cabeza, me empieza a dar vueltas la imagen de una
mama que vende cuchicanca en la esquina de la bajada de Laborpampa. Sentada en
cuchillas, con las manos cruzadas descansando sobre las rodillas, hablando
quechua-español, me empieza a narrar su historia.
Antes de terminar de leerte un impulso irrefrenable me ha llevado a la ventana de mi casa, me he asomado, y con tus palabras revoloteando por mi cabeza, he buscado entre la fealdad gris y violenta del hormigón el verdor de una chacra, allá lejos, pensaba que los chiquillos que había jugando cerca de casa habían terminado de recoger el choclo y separar los granos buenos del café de los malos...
ResponderEliminarUn placer rememorar los gratos momentos de la vida a través de tus letras. Un saludo para ti y el Perú, desde España.
Gracias, Paco. Abrazos desde esta esquina del mundo.
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