sábado, 14 de diciembre de 2013

Me encontré con alguien y me quedé conversando

Mamá sale a hacer compras al mercado. A su edad no está para esas tareas, pero ella insiste en que morirá haciéndolo. A dos cuadras de casa, ve a una mujer de polleras dobles y trenzas canas, sentada a un costado de la vereda, pegada a un pequeño jardín. La ha visto desde que dio vuelta la esquina y le ha llamado la atención la quietud con que la mujer recibe el sol y por eso se acerca a ella. No deberías solearte tanto, le dice mi mamá en quechua. La mujer la mira con desconfianza y toma su sombrero. Aquí el sol hace daño, continua mi mamá en quechua, te puedes quemar. La mujer se yergue con dificultad. Estoy parada, nomás, responde también en quechua. Entonces le cuenta su vida. Está en Lima desde hace dos semanas, su hija la ha traído desde un pueblo de Abancay para hacerla ver en el hospital porqué está enferma y no saben qué tiene. No entiende español, sólo habla quechua y por eso no puede comunicarse con nadie. No puede hablar con su nieto, ni con su yerno, ni con su hija, ni con nadie porque todos sólo hablan español y todo el día andan afuera de la casa, trabajando, estudiando y la dejan sola. No vayas a abrirle la puerta a nadie, le han advertido; no vayas a conversar con nadie. Pero hoy no ha soportado más y ha juntado la puerta y salido un ratito a la calle para solearse un poquito nomás. Mi mamá le cuenta que ella viene de Huancavelica, de Colcabamba, un pueblo cerca al río Mantaro. La mujer le dice que de donde ella viene también hay un río y que extraña mucho a su pueblo, que no se acostumbra y que en Lima ella no podría vivir nunca. He vendido todo mi ganado para venir a curarme y me he quedado sin nada, cuenta llorando. Ni cuyes ya tengo. No llores, le dice mi mamá. Tengo miedo, le confiesa, no sé qué es lo que tengo; hace días que no puedo dormir. Rézale a Dios, le aconseja mi mamá. En las noches, cuando estás así, rézale a Dios, habla con él, cuéntale todo lo que te pasa. Yo también, hace años estuve mal, pero aquí me curaron. No llores. No puedo ir a ningún lado, dice la mujer. Ni rezar puedo porque mi hija aquí se ha vuelto evangelista y dice que Corazón de Jesús no existe. La iglesia de San Columbano está aquí cerca, le dice mi mamá y le señala la cruz de la iglesia que se cuela por entre las azoteas del mercado. Sí quieres, el domingo podemos ir. La mujer deja de llorar. Pensé que ya nunca iba a hablar con nadie más, dice ahora riendo. 
Mamá llega a casa. Usualmente tarda media hora en regresar del mercado, pero hoy ha transcurrido más de hora y media y ya me tenía preocupado. ¿Qué paso, mami?, le pregunto. Me encontré con alguien y me quedé conversando, me dice y me cuenta la historia. Corre a encender la cocina al terminarla. Yo corro a encender la laptop para escribirla.

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