Mamá
sale a hacer compras al mercado. A su edad no está para esas tareas, pero ella
insiste en que morirá haciéndolo. A dos cuadras de casa, ve a una mujer de
polleras dobles y trenzas canas, sentada a un costado de la vereda, pegada a un
pequeño jardín. La ha visto desde que dio vuelta la esquina y le ha llamado la
atención la quietud con que la mujer recibe el sol y por eso se acerca a ella.
No deberías solearte tanto, le dice mi mamá en quechua. La mujer la mira con
desconfianza y toma su sombrero. Aquí el sol hace daño, continua mi mamá en
quechua, te puedes quemar. La mujer se yergue con dificultad. Estoy parada,
nomás, responde también en quechua. Entonces le cuenta su vida. Está en Lima
desde hace dos semanas, su hija la ha traído desde un pueblo de Abancay para
hacerla ver en el hospital porqué está enferma y no saben qué tiene. No
entiende español, sólo habla quechua y por eso no puede comunicarse con nadie.
No puede hablar con su nieto, ni con su yerno, ni con su hija, ni con nadie
porque todos sólo hablan español y todo el día andan afuera de la casa,
trabajando, estudiando y la dejan sola. No vayas a abrirle la puerta a nadie, le
han advertido; no vayas a conversar con nadie. Pero hoy no ha soportado más y
ha juntado la puerta y salido un ratito a la calle para solearse un poquito nomás.
Mi mamá le cuenta que ella viene de Huancavelica, de Colcabamba, un pueblo cerca al río
Mantaro. La mujer le dice que de donde ella viene también hay un río y que
extraña mucho a su pueblo, que no se acostumbra y que en Lima ella no podría
vivir nunca. He vendido todo mi ganado para venir a curarme y me he quedado sin
nada, cuenta llorando. Ni cuyes ya tengo. No llores, le dice mi mamá. Tengo
miedo, le confiesa, no sé qué es lo que tengo; hace días que no puedo dormir.
Rézale a Dios, le aconseja mi mamá. En las noches, cuando estás así, rézale a
Dios, habla con él, cuéntale todo lo que te pasa. Yo también, hace años estuve
mal, pero aquí me curaron. No llores. No puedo ir a ningún lado, dice la mujer.
Ni rezar puedo porque mi hija aquí se ha vuelto evangelista y dice que Corazón
de Jesús no existe. La iglesia de San Columbano está aquí cerca, le dice mi
mamá y le señala la cruz de la iglesia que se cuela por entre las azoteas del
mercado. Sí quieres, el domingo podemos ir. La mujer deja de llorar. Pensé que
ya nunca iba a hablar con nadie más, dice ahora riendo.
Mamá
llega a casa. Usualmente tarda media hora en regresar del mercado, pero hoy ha
transcurrido más de hora y media y ya me tenía preocupado. ¿Qué paso, mami?, le
pregunto. Me encontré con alguien y me quedé conversando, me dice y
me cuenta la historia. Corre a encender la cocina al terminarla. Yo corro a encender
la laptop para escribirla.
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