Esta
historia me la contó mi hermano, hace algún tiempo. Estaba él en el cruce de
Aviación y Javier Prado, al pie de la estación del tren eléctrico, esperando la
llegada de un amigo, cuando reparó que en la acera de enfrente, entre la
multitud que a esa hora atiborraba el paradero de autobuses de la Biblioteca
Nacional, un hombre ciego iba y venía por la acera, iba y venía por la acera
tanteando el suelo con un bastón. Parecía querer cruzar la avenida y no podía.
Se sorprendió que nadie lo notara y que nadie lo asistiera. Entonces mi
hermano cruzó la avenida, se acerco al hombre y le preguntó si necesitaba
ayuda. No, gracias, le respondió el hombre y le dijo que lo que ocurría era que
estaba inquieto porque hacía rato que esperaba a una mujer y esta no llegaba.
¿Me harías un favor?, le preguntó. Claro, dijo mi hermano. ¿Podrías fijarte,
así como quien no quiere la cosa, si no anda por aquí cerca una mujer ciega
también caminando por ahí con un bastón en la mano? Entonces mi hermano buscó,
buscó, buscó a la mujer entre los ríos de gente que fluían presurosos por
Aviación, Javier Prado y la estación del tren eléctrico y no, no halló a nadie.
Lo siento, no veo a la persona que describes, le dijo con pena. Bueno, ya
llegará, respondió el hombre y luego cada quien volvió a lo suyo. Cinco, diez,
quince minutos pasaron hasta que mi hermano, desde la vereda de enfrente otra
vez, vio como una mujer ciega con tiento negro apareció por detrás de la
Biblioteca Nacional y tanteando tanteando, caminando caminando, se abrió paso
entre la gente y llegó hasta el hombre ciego que iba y venía, iba venía con un
bastón. Vio que se besaron. Vio que hablaron unos segundos y que luego se
fueron caminando tomados de la mano por Aviación. Y hoy que pasé por San Borja
y el semáforo me detuvo por unos minutos en aquella esquina, me acordé de la
historia y busqué entre la gente una pareja de ciegos caminando juntos,
tanteando el mundo con un bastón. Y no, había.
No hay comentarios:
Publicar un comentario