Hace tiempo que le tenía
bronca. Me llegaba altamente que cada tarde se apoderara de la esquina de
maquinas del gimnasio, que hiciera pectorales, aperturas y hombros, uno tras
otro, uno a la vez; que gritara como un actor porno cada vez que sus músculos
llegaban al límite del esfuerzo, que liberara las poleas de súbito para que las
pesas tronaran, metal contra metal, y todos nos enterásemos que había roto uno
nuevo récord; que se posara frente a los espejos, frente, lado, frente, para
revisar por millonésima vez el progreso de sus trapecios, sus abdominales y sus
bíceps. Me llegaba altamente su polito manga cero a medio acabar, corto, hasta
la cintura, desgatado, pero con el logo del gym bien impreso, bien
empapado y en forma de V. Me llegaba su corte de mohicano-pájaro-loco, su
tatuaje de rayas, de iconografías de extraterrestre chuzándole los brazos como
rayas de tigre; me llegaba que disfrutara de cada rutina, de cada ejercicio,
que al final bebiera el gatorade como si estuviera en medio
del desierto y tuviera mil botellas a la mano; me llegaba que se codeara de tú
a tú con los trainers, que se jugara de manos, que repartiera tips, que
le corrigiera la postura a los principiantes. Me llegaba que le hiciera el
habla a las recién llegadas, que sonriera a lo Pepe Cortisona, que cruzara los
brazos para que se notaran los balones de sus hombros, las cuadriculas, el
tablero de ajedrez de sus abdominales, que moviera los pies marcando el compás
de la música trans; me llegaba que presentara las
mujeres a su manada de mastodontes, musculares, tatuados, y policortos como él,
que se rieran, que hicieran planes, que se encontraran en la barra de la
cafetería. Me llegaba altamente que encendiera a todo volumen la música
horrorosa de su iphone, que nos bombardera de bum-bum´s y ye-ye´s, de
así-mami´s y así-papi´s, mientras se afeitaba frente al espejo del baño de
hombres, mientras se acicalaba delante de los lockers, mientras se perfumaba,
se acomodaba el pelo, mientras quedaba listo para el vergel. Pero lo que no
soporté, lo que realmente me sacó de mis casillas, lo que realmente me llegó,
fue descubrirlo malgastando el agua. En una de esas que coincidimos en la
ducha, en una de esas que entré calato camino a las regaderas para quitarme los
pocos sudores de mi rutina, el vano esfuerzo, la constante de mis ralos
músculos y mi cinturón de grasa, en una de esas, lo encontré también calato,
hablando por el celular fuera de la ducha en el que al agua corría y corría,
caía y caía libre como en una catarata. Ocupé la ducha de al lado y apenas el
tipo colgó, guardó su celular y regresó al agua, me le fui encima. ¿No sería
mejor que cerraras la llave mientras no usas el agua?, lo encaré. El tipo me
miró como a un insecto. Me escaneó entero, supo que no estaba ni para un
tingote y, con la sola mirada, me ninguneó. ¿Y tú quién eres?, ¿el defensor de
la naturaleza?, respondió con mofa. No, soy ingeniero sanitario, dije yo y él
me miró como preguntándose qué diablos significaba eso. Trabajo en Sedapal y
puedo asegurarte que en los tres minutos que dejaste la llave abierta, botaste
más de 50 litros al desagüe, le dije antes que respondiera algo. El tipo siguió
mirándome. Iba a decirme algo. A lo mejor le di pena, o, a lo mejor iba darme
un gancho al mentón. Pero no me dijo nada, no me hizo nada. Dio media vuelta y
cerró la llave. Y luego, cada quien regresó a lo suyo.
Foto:
drop by drop
Me identifico plenamente Ulises, buen relato
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