martes, 30 de octubre de 2012

Caballo blanco, asfalto negro

El trabajo me lleva a Ancón. El semáforo en rojo me detiene en la  Panamericana Norte y el cruce con Los Próceres, al final de Los Olivos. Un bus lleno de gente aparca al costado de la camioneta en que viajo y otros se detienen tras de mí. Un tren de autos y un río de gente cruzan la Panamericana en ambos sentidos y un caballo blanco aparece frente a mis ojos. Camina sobre el paso peatonal en dirección a Pro. Un caballo de larga melena, pecho erguido y paso elegante. Uno que hace que todos se alerten al verlo como si vieran un unicornio. Uno que los hace adormecer sus pasos, que los hace detenerse, que los hace sonreír. Un caballo que parece salido de un almanaque, uno que podría estar pastando sobre un prado verde, al lado de un río calmo, al pie de un cerro marrón. Uno que hace que el cobrador del bus baje a la pista y busque un mejor ángulo, que hace que los pasajeros agucen la vista desde sus ventanas, que hace que chofer abrace los brazos sobre el timón. Un caballo alto, fornido, lustroso. Un caballo que hace que el policía de tránsito le habrá paso, le detenga el tren de autos, uno que se pierde en la avenida como un fantasma. Un caballo blanco en el asfalto negro.
Foto: archivo personal

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