jueves, 31 de mayo de 2012

Mi avatar


Me aburro. Estoy enclaustrado en curso de cinco días, cuatro horas por día, obligado por el trabajo y me aburro. Mientras el ponente habla de leyes, reglamentos, normas que amenazan con el infierno a los empleados públicos como yo, espío unas hojas de “Mi cuerpo es una celda” de Andrés Caicedo que mi amigo Paco me ha prestado hace días y que traigo oculto entre los materiales del curso como si fuera una mercancía ilegal. Desde que empecé a leerlo hoy por la mañana, la historia me ha atrapado y he traído el libro conmigo con la esperanza de encontrar un rincón olvidado que me convierta en un fantasma, una carpeta que me haga invisible y me permita seguir leyéndolo, pero no puedo. El aula pequeña y repleta, los asistentes pegados unos a otros, el ponente caminando entre nosotros, no me dan tregua. Entonces miro al techo y como si estuviera en mi cuarto sin hacer nada, tirado sobre mi cama, panza arriba, busco figuras raras entre los dinteles, el cielo raso, las luminarias. Encuentro un buda sobre nubes, un rinoceronte en el desierto, un Bart Simpson en patineta. Me acuerdo de la película en que Homero pasea por la vida sin problemas, cargando a un cerdo como su mejor amigo y me río para adentro. Pienso en la página web de la película que con motivo del capítulo 500 de la serie, anuncia que uno puede construir su avatar y convertirse en un personaje amarillo. Un avatar, pienso. ¿Cómo sería mi avatar en la vida real? ¿Qué haría él en lugar de este que soy?, ¿Qué haría él en lugar de este secuestrado en cuatro paredes, este muerto de frío por el aire acondicionado, este rondado por un celador?
Mi avatar se levanta. Camina hasta la pared del fondo y apaga el aire acondicionado de un sopetón. Oiga, ¿qué le pasa?, pregunta el ponente; mi avatar sonríe, encoje los hombros y camina en dirección de la salida sin decir nada. Oiga, no puede irse, retruca con furia el ponente y la luz del proyector azulándole la cara, ¡lo reportaré a Recursos Humanos, dígame su nombre! Gutiérrez, Ulises Gutiérrez, responde mi avatar como si dijera: Bond, James Bond y abandona el aula. Se quita la casaca que lleva por uniforme y se queda en jeans azul y polo celeste; camina hacia el estacionamiento y ahí se topa con la mujer de cuello luengo y ojos capulí que termina de asegurar su auto cerca del Elefante Gris que también tiene su avatar: un Audi negro. Hola, saluda con una sonrisa. Hola, responde la mujer sorprendida de que el hombre la aborde. ¿No te remuerde la conciencia de ser tan bonita?, le dice. La mujer no sale del asombro, no responde nada. Deberías, continúa, si la belleza fuera pecado, no tendrías perdón de Dios. La mujer sonríe, se sonroja. Mi avatar sube a su ahora Elefante Negro, se despide de ella y se va a casa a leer.
Prendo la computadora de mi casa. Entro a la página web de los Simpson. Luego al fotoshop y dibujo, dibujo y dibujo. Mi avatar ahora es un Ulises Gutiérrez de piel amarilla, flaco, sonriente y cabezón. Amigo de Homero Simpson, por supuesto. Y amigo de Elvis Costello, Tom Petty, Mick Jagger. Y lleva un polo celeste, una sonrisa cachasienta y un jean azul.

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