jueves, 1 de septiembre de 2011

Pateando tachos

X reconoció a M a medio concierto. Dejó de prestar atención al escenario en el que Facundo Cabral, sentado en una silla plegable y la guitarra en las rodillas, entonaba “Pateando tachos” como un cantor callejero. Dudó unos segundos preguntándose si en verdad era ella. Estaba de espaldas, pero el cabello suelto trasluciendo los contornos del menudo cuerpo fue suficiente para reconocerla. Sí, era ella, no cabía duda. Era la espalda, los hombros, la cintura que hacía tanto había deseado tomar. El resto del concierto ya no fue lo mismo. Cabral cantaba una y otra canción, hacía uno y otro monólogo, pero X prefería espiar a M para ver si alguien había venido con ella, mientras estudiaba el modo, la excusa, las palabras que usaría para aproximarse al final. Después de que Cabral se despidió de los asistentes, después de que cantó dos canciones más y después de que finalmente Cabral ya no salió al escenario, X caminó en busca de M. Dos gradas, tres bancas, se detuvo; una grada, cinco bancas, se detuvo y sólo cuando vio que ella se marchaba, se atrevió a dar el último paso. Se acercó. ¿M?, dijo fingiendo duda. Hola, dijo M con frialdad al reconocerlo. Qué sorpresa, dijo X. Sí pues, a los años, dijo M como si en verdad llevara la cuenta de que habían pasado más de cuatro años desde la fiesta de cachimbos del 93. ¿Viniste sola? No, vine con mi tía, pero ya se fue. Entonces te acompaño a la salida. Bueno. Caminaron por el patio de la Universidad de Lima, continuaron por Javier Prado y llegaron al paradero. Que qué fue de la gente, que por dónde estás trabajando, que si es cierto que fulano está en tal lugar, hasta que la Daewoo apareció. Ahí está mi bus, dijo M y le ofreció la mejilla para despedirse. Ese es mi bus también, celebró X. Subieron. El bus se llenó con la gente que salía del concierto, pero lograron acomodarse tras la puerta posterior, ella de espaldas a la ventana y él sujetándose del pasamanos del asiento, cruzándole la cintura; frente a frente, como dos enamorados. X sintió entonces el perfume de sandía emanando de M, la larga cabellera asedándole las manos, el borde aromado de su cuerpo bajo la chompa y comenzó a sentir mariposas en el estómago. Cruzó los dedos. No sabía que te gustaba Facundo Cabral, dijo por hablar de algo. Nunca lo había escuchado antes, admitió M, me regalaron unas entradas y vine, pero me gustó. A ti sí debe gustarte, tú que eras medio poeta. Yo soy su discípulo, presumió X. Los argentinos no me caen bien, sentenció M, no sé, quizá sea porque mis jefes son argentinos; pero Facundo sí me cae. ¿Sabes cómo se suicida un argentino?, preguntó X. No. Se sube a su ego y luego salta. M sonrió. X reconoció la sonrisa. Sí, era la misma de hace cuatro años: blanca, adolescente, arrobada. Las mariposas revolotearon aún más en el estómago. ¿Sabes por qué los argentinos no se bañan con agua caliente?, preguntó X con empeño. No, respondió M aún con la sonrisa en los labios. Porque se les empaña el espejo. M estalló en risas. Qué gracioso habías resultado. En la universidad no eras así. ¿Y cómo era yo en la universidad? Serio, callado, recontra tímido. Es que contigo yo me pongo como un argentino, pero al revés. M se sujetó de X para soportar los embates del nuevo ataque de risa. X sintió el calor su mano sujetándole, la catarata del cabello largo cayendo ahora sobre él; las mariposas revolotearon por todo el autobús.


X se entera de la muerte de Cabral. Pucha, pobre Facundo, dice para él al leer los detalles de su asesinato. Entra al youtube y teclea: «Pateando tachos» La canción suena: ...vengo pateando tachos desde Avellaneda, silbando bajito al costado de la vía, esquivando a la fama... Piensa en los chistes de argentinos que aprendió de Cabral. Piensa en M, en la única vez que viajaron juntos, en la única vez que la tuvo tan cerca y la hizo reír. Pobre Facundo, vuelve a decir.

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