sábado, 18 de septiembre de 2010

Danzar tijeras y escribir

«Cinco años», responde don Roque García cuando le pregunto qué edad tenía la primera vez que bailó la danza de tijeras. «Cinco años», reitera como para que quede claro que hace bastante tiempo de eso. Menudo de estatura, cabello lacio, cano y tupido, mostachos grises a lo charro mexicano, conversa conmigo en el patio de comidas del Real Plaza Huancayo. «Debuté en el parque universitario el año 1946, a la edad de siete años», agrega como tratando de ubicarme en el tiempo. «Mi padre era danzante de tijeras. Su seudónimo era La Mar. Por eso a mí me decían Lamarcha», dice ahora don Roque recordando que, además, el padre de su padre, Yawar, también fue danzante de tijeras. ¿Por qué el yawarprueba?, pregunto mientras acomodo mi grabadora y tomo un sorbo de cocacola. ¿Por qué la necesidad de hacer pruebas de sangre en el atipanacuy? Muchos danzantes mueren en estas pruebas. Maximiliano Lliuyacc, Defensorcha, por ejemplo, murió con el esófago destrozado después de introducirse las tijeras por la garganta; Puka Sisicha murió con los pulmones incrustados de espinas después de cargarse un manto de cactus; Qori Qoillor murió con infección general después de tragarse una espada. «Yo no hacía esas pruebas ---responde don Roque---. Yo me especialicé en pruebas de acrobacia y pres digitación» Pero una vez tuvo que hacerlo y fue para vencer al Papauro. Don Roque tenía siete años entonces, el Papauro, 25. «Me puse un violín colgando de mi nariz, incrustado con una aguja gruesa» cuenta haciendo como que atraviesa el entrecejo con el dedo índice. Pero la verdadera prueba le llegó cuando enfrentó al Añascha en la final del Campeonato de Danzantes de Tijera de Pazos de 1954. 15 pandillas, 30 danzantes en total. «El Añascha y yo teníamos la misma edad, 15 años», recuerda ahora don Roque mientras aniquila el trino de una inoportuna llamada al celular. «A esa edad yo ya había actuado en varios escenarios de Huancayo y lo menosprecié. “Ese no es nada para mí”, decía, pero sin embargo, el Añascha me sorprendió con un baile extraordinario». “Nuestra costumbre es que los ganadores le dan tres latigazos al perdedor”, dijo el Alcalde de Pazos ese año cuando empezó la final. Dos horas más tarde, ya entrando la noche, después del atipanacuy más peleado que se había visto en Pazos, el pueblo levantó en hombros al ganador. Dios yaya, Dios churi, Dios Espíritu Santo, Amén, dijo Lamarcha al final y le dio tres latigazos al Añascha. Después de esa tarde no paró. En 1955 Alejandro Vivanco lo convoca al Ballet Ollanta de Ayacucho, conoce a José María Arguedas y se va a danzar al Conservatorio Nacional de Lima. Danza para el presidente norte americano Richard Nixon y David Eisenhower en su visita a Lima. En 1956, a la edad de diez y seis años, se suma a las compañías folklóricas “Hijos de Julcamarca” de Angaraes, Huancavelica; “Huancaray” de Apurímac, baila en la Plaza de Acho, en el Inti Raymi de Lima. Lo hace para el Presidente Manuel Prado. Pero no pudo ganarle a la mala suerte. Al año siguiente, cuando se preparaba para integrar el ballet de Ima Sumac y viajar a los EEUU, una caída durante los ensayos le rompió la cadera. «Me agravé al punto que no podía pararme solo», recuerda ahora don Roque. «Después me mejoré, pero ya no pude danzar como antes». Don Roque sonríe con nostalgia. Se recuesta sobre el espaldar del asiento como quien ha terminado de contar una historia inconclusa.
Don Roque ahora es escritor. «En vez de estar sentado en el parque con los viejitos, yo me he puesto a escribir», confiesa entre risas. Ha publicado su libro autobiográfico “Danza de las Tijeras” (Grapex - 2005) y ahora prepara su primer libro de cuentos. El nuevo oficio no me sorprende. Después de todo, danzar tijeras y escribir se parecen en algo: si ganas, la multitud te levanta en hombros; si pierdes, recibes latigazos.

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