Estaba
planeado, esa tarde, después del cine, me declararía. Después de ver a Antonio
Banderas y Angelina Jolie besándose lujuriosos, haciendo el amor, una y otra
vez, sobre las camas blancas de una hacienda tropical, de una Cuba del siglo
XIX, le sugeriría ir al Café-Café a comer algo y charlar; comentaríamos el
argumento, el reparto de la película y ahí, en medio de la conversación, la interrumpiría
para decir: mírame bien y dime si se nota. Si se nota qué, preguntaría ella, intrigada.
Que estoy loco por ti, respondería yo mirando directo, apuntando de frente a sus
ojazos verde-melancolía. Ella, desconcertada, me miraría sin saber qué decir y
entonces yo, aprovechando la confusión, la tomaría de una mano, acercaría mi
rostro al suyo y por fin besaría esos labios rojo-tentación. El plan se cumplió
hasta que ordenamos los cafés y los pasteles, pero antes de que pudiera cavilar
mis críticas a la película y preparar el terreno para el beso, ella empezó a hablar
de otro hombre. Ya me jodí, pensé creyendo que lo que luego vendría sería un
lío de dos y yo el tercero que salía sobrando. Me siento mal por algo que hice,
me dijo. ¿Te molesta si te lo cuento? No, dije yo ocultando mi miedo y mis
celos. Vengo de estar con él, me dijo y se me heló el cuerpo imaginando
que ambos se besaban como la
Jolie y Banderas. Ella había conocido al tipo trabajando, hacia
años, en un McDonald´s, en esos trabajos de medio tiempo que tenía para pagar
la universidad; un tipo que la había cortejado pero con quien nunca había
salido y al que días antes de nuestra cita había encontrado de casualidad en
Miraflores. Y, cómo estas, qué ha sido de tu vida, dijo el; ahí estudiando,
pues, trabajando, dijo ella y entre qué ha sido de la gente, qué sabes de
zutana, qué fue de fulano de tal,
quedaron en verse al día siguiente en el Haití. Se encontraron y a medio café y
pasteles, después de que el tipo contara el trabajazo que ahora tenía, el
sueldazo que percibía y lo bien que le iba en la vida, ella lo
interrumpió y le dijo: sabes qué, me siento como una puta. ¿Perdón?, dijo él.
Sí, me siento como una puta, insistió ella. Estoy aquí desde hace media hora
escuchando tus tonterías, con ganas de irme al cine, pero no puedo porque estoy
obligada a seguir contigo por el hecho de que tú pagarás la cuenta. Si quieres
puedes irte, dijo él y ella, en el acto, se marchó. ¿Acaso estuve mal?, me
preguntó. ¿Tú crees que se me fue la mano? Bueno, yo estaba a punto de mostrarte última boleta de pago para ver si así te impresionaba, pero mejor ya no, respondí. Ella estalló en una carcajada. Yo la seguí con la risa; pero por si acaso,
nomás por si acaso, dejé para otro día mi declaración de amor.
Excelente!!! Me gusto :)
ResponderEliminarCurioso
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