viernes, 21 de agosto de 2009

Un peruano nunca termina de partir


Los peruanos debemos tener algún gen que nos obliga a migrar. Solemos ser niños felices, adolescentes fiesteros, jóvenes enamoradizos; hasta que a cierta edad, como algunas aves, generalmente después del colegio o la universidad, ese gen se activa y nos vienen unas ganas de mudarnos fuera del país. La mitad se marcha al otro lado del mundo (siempre se está al otro lado del mundo cuando no se está en el Perú), y la otra mitad se queda en casa deseando suerte.
Anoche partió mi hermano. Se fue a estudiar a la Universidad de Pittsburgh, en Pennsylvania – EEUU, para estudiar una maestría en hidráulica. Se supone que pasará dos años allá, pero con el destino nunca se sabe. Lo acompañé hasta la entrada previa a Migraciones. Después de los cementerios, ese debe ser el lugar donde más se llora en el Perú. Algunos de tristeza, otros de felicidad, pero lloran. Los viajeros abrazan a los que lo rodean, reparten besos, promesas; demoran lo más que pueden la partida y luego se van caminando hasta perderse en esa especie de túnel del tiempo, de agujero negro que los succiona de nuestros ojos. Lo último que vemos son sus manos sujetando el pasaporte guindo, agitándose, diciendo adiós.
Por ese mismo lugar han pasado antes Vico, Alicia, Mario, Susy, Goya, Ely, Enzo, Julio, Magaly. Uno a uno mis grandes amigos, algunas de las mujeres a las que debo mucho se fueron yendo y me dejaron un cerro de recuerdos, abrigados recuerdos.
Siempre cuesta afrontar las despedidas. Con mi hermano no fue la excepción. Lo abracé, le reiteré lo orgulloso que estoy de él, y me despedí. No lloré. Boys don´t cry. «Ya nos vemos en la web», me dijo. Es un buen consuelo. Mis amigos se fueron, pero a cambio me dejaron el placer de escribirles. Exorcizar mis pensamientos desde el otro lado del mundo, tipear letra por letra, palabra por palabra, las cosas que me alegraron o me molestaron el día; los recuerdos que me asaltaron, los chismes que me llegaron, es algo que disfruto sobremanera. «Una autoayuda y una autojoda», como dice Josefina Barrón. Tarde o temprano mis amigos responden y entonces su ausencia vale la pena. «Te escribiré», le respondí a mi hermano. A fin de cuentas, con web o sin web, un peruano nunca termina de partir.