miércoles, 11 de febrero de 2015

El álamo

En Colcabamba al agave americano le llamamos álamo. Primo hermano del agave tequilano (aquella planta a partir del cual los mexicanos destilan el tequila), también el álamo crece en lugares secos y calurosos abriendo sus hojas verde azuladas, largas y  puntiagudas como espadas, en dirección al cielo. Como el tequila, también el álamo guarda en su piña una savia azucarada que se fermenta y convierte en alcohol, también le toma más de diez años en crecer y también florece una sola vez en la vida y muere a continuación. Sí, al final de sus días, después de los días dulces, desde el corazón del tallo, al álamo le brota un tronco delgado que parece elevarse sinuoso hacia el cielo hasta alcanzar unos diez metros y entonces, en los extremos de su último esfuerzo le brotan unas flores amarillas largas y menudas como chispas al sol. Luego se seca y muere. Quizá por eso suelen ser solitarios. Y quizá por eso prefieren vivir detrás de los cercos de piedra, a la vera de los caminos. Y quizá por eso, aún en tiempos del whastsapp, los amantes utilizan sus hojas para grabar un último mensaje de amor.
Mensajes de adiós grabados en hojas de álamo, al borde de la carretera a Tocas. En Colcabamba, Huancavelica.






lunes, 9 de febrero de 2015

El tio loco

Desde el fondo izquierdo del auditorio, el hombre me miraba con inquietante atención. Cabello crecido, ondeado y cano; rostro adusto, su cabeza destacaba entre la de los estudiantes, asintiendo con autoridad cada vez que yo contaba algo de Colcabamba, de Huancayo o revelaba algún detalle de los recuerdos que me llevaron a escribir “Ojos de pez abisal”. Su atención se acentuó aún más cuando el conversatorio culminó y algunos asistentes se acercaron hasta mí para firmarles sus ejemplares o hablar conmigo; desde su lugar en la fila y durante los minutos que tomó en llegar su turno, su impaciencia se hacía más evidente al punto que también yo me inquieté. Igualito a tu padre, me dijo cuando por fin estuvimos frente a frente y se quedó observándome con un largo silencio. Seguramente, respondí yo rebuscando su inubicable rostro en los rincones de mi memoria mientras correspondía su apretón de manos. Leí la noticia del conversatorio en el periódico y vi tu fotografía, me dijo luego; y claro, yo al toque dije: este el hijo del “Siete”, igualito a su papá. Qué bien, dije yo sin tener la menor idea de con quién estaba hablando. Soy tu tío loco, agregó adivinando mi turbación y a ahí mismo se me aguaron los ojos.
Cada vez que mis hermanos mayores hablaban del primer libro que habían leído, mencionaban al tío loco. Cuando mis padres vivían en Campo Armiño, Huancavelica, y mis hermanos estudiaban allá la primaria, el tío loco llegaba a casa con un libro para mi hermano Jaime y otro para mi hermana Sonia y se los dejaba a leer. Pero más que por el placer de la lectura, El Caballero Carmelo, Paco Yunque, Los Ríos Profundos, se quedaron en la memoria de mis hermanos por el interrogatorio que luego debían responder cuando el tío loco, al siguiente mes, regresaba a preguntar el resumen de la historia, el perfil de los personajes, las razones del conflicto; un libro tras otro, mes a mes, leídos por obligación con la anuencia de mis padres, hasta que el tío loco se casó y desapareció del mapa del Perú como en las novelas. Así descubrieron mis hermanos mayores la literatura. Yo, no; yo era un niño entonces, uno que apenas caminaba y no sabía leer.
Y era increíble: frente a mí estaba aquel hombre de quien yo no tenía ningún recuerdo físico y al que tan sólo conocía de odias; y ahí estaba yo con los ojos aguados de tan sólo recordar que aquel era el hombre de quien mis hermanos hablaban con cariño cada vez que hablaban del amor a los libros. Y ahí estaba yo abrazándolo como si también yo hubiera crecido con él, como si  también yo hubiera sido un lector obligado, como si también yo hubiera asistido a uno de sus “talleres”…
¡Gracias por el conversatorio, amigos de la Universidad Continental! A Kati Retamoso por la grandiosa organización; a Jorge Salcedo, Giannina Sovero y Sabino Blancas por sus generosas palabras para con “Ojos de Pez abisal” y por acompañarme en la mesa. Gracias a los amigos de la revista Crónika e Incontrastable. A los estudiantes, a los asistentes. A todos por regalarme una noche inolvidable. Y gracias a mi tío loco: solo los locos reaparecen así después de más de cuarenta años. Como en las novelas.