Yo soy libre, tú eres libre, ¡que viva la librería!
Con la falta que
nos hacen los poetas, grillete. Digo, habiendo tanto ladrón, tanto delincuente,
tanto desgraciado andando suelto por ahí, justo tenía que morirse un poeta. Antonio
Cisneros, grillete, se murió Antonio Cisneros. Como es, ¿no?, yo lo vi una sola
vez y, sin embargo, es como si lo hubiera conocido desde siempre, como si hubiéramos
sido patas, como si viniéramos juntos de otra vida. Es que eso es lo que hacen
los poetas, grillete. Basta que leas los versos que resumen con exactitud lo
que sientes y es como si ese tipo que escribe, ese tipo que declama las líneas fueras
tú. Eso me pasó con Antonio Cisneros, en las clases de narrativa de la PUCP. Me
acuerdo que se apareció en el salón del tercer piso del Centro Cultural, con su
pinta de papá chocho, con su chompa roja, su saco azul y su cabello blanco. Se
sentó frente a nosotros y ahí, después de contarnos cómo es que la vida le
había mostrado la poesía, cómo es que se
hacen los poetas, se puso a leernos sus poemas. «Un perro negro», «Dos
soledades», «Para hacer el amor» y me erizaron los bellos del brazo. Pero
cuando se mandó con los «Cuatro boleros maroqueros», con el primer bolero maroquero
nomás, casi se me sale el alma: «…con las últimas lluvias te largaste/y
entonces yo creí/que para la casa más aburrida del suburbio/no habrían
primaveras ni otoños ni inviernos ni veranos/pero no/las estaciones se
cumplieron/como estaban previstas en cualquier almanaque/y la dueña de la casa
y el cartero/no me volvieron a preguntar por ti». Al toque me acordé de ya tú
sabes quién. Y me dije: cierto, compadre, cierto porque un par de semana antes
de ese día, en el Colegio de Ingenieros, en uno de esos curso que me obligan a
ir, me encontré con gente de la UNI y con X y en eso de que estamos hablando de
los años maravillosos, X me dice que ya-tú-sabes-quién también venía para el
curso. Entonces a mí medio que se enfriaron las manos con la sola idea de volverla
a ver porque, tú sabes, a veces uno dice, no ya no pasa nada con esa flaca y a
la hora de la verdad se te aparecen de nuevo las mariposas en la panza. Ah qué
bien, dije yo ocultando mi nerviosismo. Y ahí estaba yo, viendo aquí, viendo
allá tratando de ubicarla entre los asistentes antes de que me tome por
sorpresa, hasta que en el intermedio se me apareció por la espalda. Hola, a los
años, me dijo y me dio mi besito en la mejilla. Hola, comadre, dije yo, sí pues
a los años. Dos años, ¿no? Sí, pues deben ser como dos años, dije yo. Entonces
yo pensé en decirle: O sea que si era posible vivir sin ti, pero me contuve
porque había muchos sapos. Pero me reí para adentro. No sólo porque me pareció
gracioso lo que había pensado decirle, sino porque, en efecto, después de todo
ese tiempo, ya no habían mariposas revoloteando por ahí.
Foto:internet
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