El trabajo me lleva a
Ancón. El semáforo en rojo me detiene en la
Panamericana Norte y el cruce con Los Próceres, al
final de Los Olivos. Un bus lleno de gente aparca al costado de la camioneta en
que viajo y otros se detienen tras de mí. Un tren de autos y un río de gente
cruzan la Panamericana
en ambos sentidos y un caballo blanco aparece frente a mis ojos. Camina sobre
el paso peatonal en dirección a Pro. Un caballo de larga melena, pecho erguido
y paso elegante. Uno que hace que todos se alerten al verlo como si vieran un
unicornio. Uno que los hace adormecer sus pasos, que los hace detenerse, que
los hace sonreír. Un caballo que parece salido de un almanaque, uno que podría
estar pastando sobre un prado verde, al lado de un río calmo, al pie de un
cerro marrón. Uno que hace que el cobrador del bus baje a la pista y busque un
mejor ángulo, que hace que los pasajeros agucen la vista desde sus ventanas, que
hace que chofer abrace los brazos sobre el timón. Un caballo alto, fornido, lustroso. Un caballo que hace que el
policía de tránsito le habrá paso, le detenga el tren de autos, uno que se pierde
en la avenida como un fantasma. Un caballo blanco en el asfalto negro.
Foto: archivo personal
Foto: archivo personal
No hay comentarios:
Publicar un comentario