Estoy en Panamá. En el camino de regreso de Santo Domingo a Lima, mis amigos y yo hemos hecho una parada de tres días para conocer la capital y, el último día, visitar los mega-centros comerciales de los que tanto hemos oído hablar a los guías de turismo. Pero son apenas las 4 pm del primer día y ya hemos terminado de conocer todo lo que ofrecen las agencias de viaje: el Canal, el Espigón Amador y el Casco Antiguo. Nos quedan aún dos días y horas y no sabemos a dónde ir. Decidimos ir a uno de los centros comerciales. El guía sugiere el Albrook Mall Center. «Déjeme decirles que en el Albrook Mall Center, ustedes encontrarán de todo», nos dice con voz de Rubén Blades. «Absolutamente todo», sentencia como para que no queden dudas.
Llegamos. El centro comercial es gigante: unas seis veces la Plaza San Miguel. El guía se despide y promete recogernos del hotel al día siguiente para ir de shopping en serio. Mis amigos y yo decidimos hacer un primer recorrido para ubicar las tiendas de interés y regresar al día siguiente a vaciar nuestras billeteras y tarjetas de crédito con paciencia y dedicación. Yo logro ubicar una librería, la única que he visto desde mi llegada a Panamá. Desde afuera se ve grande y bastante surtida. Le marco hitos para poder ubicarlo mañana, y no perderla en medio del mar de gente y la sucesión de tantas tiendas.
Regresamos al día siguiente. Esta vez cada quien se va a la tienda de su interés. Yo y el Tigre vamos a la librería que anoté ayer. Entramos. Veo unas biblias apiladas en torres, como una venta de best sellers. Luego, libros sobre la vida de Jesús, posters del paraíso, tratados de Dios. Recién entonces reparo que estamos en un librería cristiana. El Tigre y yo nos reímos por la quemada. ¿Y dónde habrá una librería normal?, le preguntó al Tigre. Nos reímos otra vez y salimos del lugar. Entramos a una tienda de artesanías panameñas. Compro algo para mi casa. Le pregunto al cajero dónde puedo encontrar una librería que no sea la cristiana que acabamos de visitar. Sólo hay una más, responde el cajero con acento chileno, se llama “La Casa del Quijote”, está por la “Entrada Dino”. El Tigre y yo vamos para allá. Caminamos unos cinco minutos. La encontramos. La Librería es pequeña, parece un quiosco grande. Hurgo entre los primeros libros de narrativa que encuentro. Todos son autores universales que se pueden hallar en una liberaría limeña. Voy a la zona de historia. Cada vez que voy a un país compro un mapa de rutas y un libro de historia que me ayude a entender un poco todo lo que he visto. No encuentro ningún libro sobre historia de Panamá. Me acerco a la vendedora. ¿Tiene algún libro de historia de Panamá?, pregunto. No, responde. La respuesta me deja sorprendido. ¿Algo sobre la biografía de Omar Torrijos, por ejemplo?, insisto recordando la persistencia del guía en nombrarlo durante la visita al Canal de Panamá y el Casco Antiguo. No, responde la empleada, no tenemos.
Durante la noche doy vuelta alrededor del hotel, que se supone está en el mismísimo centro de la ciudad, en busca de una librería. No la encuentro. Me consuelo pensando que mañana, en el aeropuerto, encontraré una librería.
Error. Ahora estoy en el aeropuerto, en mis últimas horas en Panamá. ¿Dónde encuentro una librería?, pregunto a un policía. El policía sonríe. No, aquí no hay, responde. Incrédulo, me paseo entre las decenas de tiendas que ofrecen, ropas millonarias, filmadoras, laptops, celulares de última generación, y nada no encuentro ninguna librería. Les comento la noticia a mis amigos. Ríen. Resignado, me siento a esperar mi vuelo de regreso a Lima. Como en aquella serie del The History Channel que muestra una hipotética tierra sin humanos, me imagino a la tierra sin librerías.
Llegamos. El centro comercial es gigante: unas seis veces la Plaza San Miguel. El guía se despide y promete recogernos del hotel al día siguiente para ir de shopping en serio. Mis amigos y yo decidimos hacer un primer recorrido para ubicar las tiendas de interés y regresar al día siguiente a vaciar nuestras billeteras y tarjetas de crédito con paciencia y dedicación. Yo logro ubicar una librería, la única que he visto desde mi llegada a Panamá. Desde afuera se ve grande y bastante surtida. Le marco hitos para poder ubicarlo mañana, y no perderla en medio del mar de gente y la sucesión de tantas tiendas.
Regresamos al día siguiente. Esta vez cada quien se va a la tienda de su interés. Yo y el Tigre vamos a la librería que anoté ayer. Entramos. Veo unas biblias apiladas en torres, como una venta de best sellers. Luego, libros sobre la vida de Jesús, posters del paraíso, tratados de Dios. Recién entonces reparo que estamos en un librería cristiana. El Tigre y yo nos reímos por la quemada. ¿Y dónde habrá una librería normal?, le preguntó al Tigre. Nos reímos otra vez y salimos del lugar. Entramos a una tienda de artesanías panameñas. Compro algo para mi casa. Le pregunto al cajero dónde puedo encontrar una librería que no sea la cristiana que acabamos de visitar. Sólo hay una más, responde el cajero con acento chileno, se llama “La Casa del Quijote”, está por la “Entrada Dino”. El Tigre y yo vamos para allá. Caminamos unos cinco minutos. La encontramos. La Librería es pequeña, parece un quiosco grande. Hurgo entre los primeros libros de narrativa que encuentro. Todos son autores universales que se pueden hallar en una liberaría limeña. Voy a la zona de historia. Cada vez que voy a un país compro un mapa de rutas y un libro de historia que me ayude a entender un poco todo lo que he visto. No encuentro ningún libro sobre historia de Panamá. Me acerco a la vendedora. ¿Tiene algún libro de historia de Panamá?, pregunto. No, responde. La respuesta me deja sorprendido. ¿Algo sobre la biografía de Omar Torrijos, por ejemplo?, insisto recordando la persistencia del guía en nombrarlo durante la visita al Canal de Panamá y el Casco Antiguo. No, responde la empleada, no tenemos.
Durante la noche doy vuelta alrededor del hotel, que se supone está en el mismísimo centro de la ciudad, en busca de una librería. No la encuentro. Me consuelo pensando que mañana, en el aeropuerto, encontraré una librería.
Error. Ahora estoy en el aeropuerto, en mis últimas horas en Panamá. ¿Dónde encuentro una librería?, pregunto a un policía. El policía sonríe. No, aquí no hay, responde. Incrédulo, me paseo entre las decenas de tiendas que ofrecen, ropas millonarias, filmadoras, laptops, celulares de última generación, y nada no encuentro ninguna librería. Les comento la noticia a mis amigos. Ríen. Resignado, me siento a esperar mi vuelo de regreso a Lima. Como en aquella serie del The History Channel que muestra una hipotética tierra sin humanos, me imagino a la tierra sin librerías.
El Hombre de La Mancha y Exedra Books son las librerias un poco más surtidas pero distribuyen libros de autores extranjeros.
ResponderEliminarLa realidad es que la mayoría de las librerías en Panamá son cristianas.
Te faltó ir a la Librería Cultural: autores nacionales y latinoamericanos.
¿Cómo está la circulación de libros el Perú? ¿qué se le actualmente?
jaja al menos consuela saber que tan tan tan mal no estamos en Peru
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