¿Fiesta de disfraces?, dice mi amiga como quien no cree lo que escucha por el celular. Yo sigo cenando mientras ella contesta la llamada y observo los graciosos mohines de incredulidad que se le dibujan en el rostro. ¿Dónde?, pregunta luego a su interlocutor y los mohines se le quedan en la sonrisa. ¿Fiesta de disfraces?, me pregunto ahora yo también intrigado. ¿De qué me disfrazaría? ¿Quién me gustaría ser? Entonces, como en aquella canción de Joaquín Sabina sobre el pirata cojo, empiezo un ejercicio mental de posibilidades mientras mi amiga continua hablando. Bart en Los Simpson, El Capitán Nemo en las Veinte mil leguas de viaje submarino, Isaac Newton en la Universidad de Cambridge, El conejo de Alicia en el País de las maravillas, el Coronel Aureliano Buendía en Cien años de soledad, George Harrison en The Beatles, el Mariscal Cáceres en la Campaña de la Breña, El Guasón de Batman the dark knight, Fernando de Magallanes en los mares argentinos, James Bond en Solo para tus ojos, Ulises Lima en Los detectives salvajes. Ya, chao, dice mi amiga y cuelga. Era un amigo, me dice ella mientras guarda el celular en el bolso y retoma la cena; quería invitarme a una fiesta de disfraces. Le dije que no. Está loco, yo ya nos estoy para esas cosas, sentencia; y a mí se me apagan las ideas.
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