Don Santiago sonríe de tristeza. Camina lánguido entre arremolinadas vivas, tronados aplausos y palmadas en la espalda. Una granizada de papel picado le blanquea la cabeza y los hombros mientras un callejón de amigos le escoltan hasta el tarjetero. Don Santiago se detiene ante él, se acomoda la casaca y marca la entrada al trabajo por última vez.
Es su cumpleaños 70, y 70 años es la edad límite para trabajar en el Perú. «La jubilación es obligatoria y automática en caso que el trabajador cumpla setenta años de edad, salvo pacto en contrario», dice la Ley de Productividad y Competitividad Laboral, y la sonrisa de don Santiago parece saberlo. Con cada abrazo, con cada palmada en el hombro, la sonrisa le estría el rostro y le achina los ojos cada vez más.
Es su cumpleaños 70, y 70 años es la edad límite para trabajar en el Perú. «La jubilación es obligatoria y automática en caso que el trabajador cumpla setenta años de edad, salvo pacto en contrario», dice la Ley de Productividad y Competitividad Laboral, y la sonrisa de don Santiago parece saberlo. Con cada abrazo, con cada palmada en el hombro, la sonrisa le estría el rostro y le achina los ojos cada vez más.
Su paso se hace ahora más pausado. Sube las escaleras camino al estrado del auditorio, y se detiene frente al micrófono. «Toda la noche no he podido dormir pensando en lo que voy a decir. ---dice con voz grácil---. Y, a veces se me olvida». Entonces deja hablar a su memoria. Recuerda cómo y cuándo fue que entró a trabajar a Sedapal. Hace 40 años de eso. «Con dinero o sin dinero hago siempre lo que quiero y mi palabra es la Ley», suena la voz de Miguel Aceves Mejia cantando detrás porque a don Santiago le gustan las rancheras. «¡Buena rancherito!», le grita alguien, mientras un gigantesco powerpoint muestra una sucesión de fotos. Don Santiago joven, don Santiago con uniforme de trabajo, don Santiago de medio cuerpo. «Estoy triste ---dice, luego y hace una larga pausa---. Sobre todo porque mi mujer ha muerto hace tres meses. Y la extraño», agrega. Entonces los ojos se le achinan, las manos se le inquietan y la voz se le quiebra. El auditorio enmudece. «Pero luego pienso que tengo salir adelante ---continúa---. Y me digo: tengo que salir adelante, tengo que salir adelante, tengo que salir adelante».
Es inevitable imaginarme en su lugar. ¿Qué canción sonaría detrás de mí? ¿Qué fotos resumirían mis años de trabajo? ¿Qué sueño, qué insomnio me haría olvidar lo que tendría que decir? «Unos se van antes, otros se van después. Pero al final todos nos vamos», dice don Santiago y termina su discurso. El auditorio aplaude. A veces ---digo a veces---, también el descanso duele.
....es inevitable, no?....todos nos iremos algún día....me he quedado con un sentimiento de nostalgia....habrá que vivir intensamente no más :)....buena mi grillo...sigue escribiendo !!!
ResponderEliminarPaola Reaño: Cuando el trabajo agobia y limita algunas cosas personales, deseamos escapar gritar ¡Libertad!; soñamos con ese ansiado día, imaginamos tantas cosas bonitas y quizás ¡Locas!; pero muy en el fondo de nuestro Ser sabemos que eso es un ¡Sueño! y cruelmente ¡Irrealizable!; ya no tendremos las fuerzas ni quizás el animo para ejecutarlas. ¡Gracias Ulises! Por escribir siempre de una manera que haces despertar “El alma” ¡Gracias!
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