Leo, abstraído, un libro que compré en una baratija, por mera curiosidad: “La isla de las tortugas”. El libro es la crónica seductora de Sergio Ghione, investigador italiano que acompaña a estudiosos de las tortugas marinas verdes; animales que todos los años, de enero a mayo, parten desde la costa central de Brasil con destino a Ascensión (diminuta y remota isla ubicada en medio del Océano Atlántico, al sur del Ecuador, entre África y Sudamérica), atravesando más de 2,300 km de océano, nadando día y noche, durante mes y medio, para desovar en el mismo lugar donde nacieron, para nadar vagando alrededor de las playas, los mares donde muchos años antes fueron bebés.
El libro me ha atrapado. El narrador describe el largo viaje de las tortugas y los laberintos burocráticos que la expedición debe sortear ante el Gobierno Británico para visitar la isla, a la vez que narra la historia de los primeros navegantes portugueses que zarparon de Europa para descubrir el nuevo mundo. «La isla de San Mateo es la tierra firme más cercana a Ascensión», explica Ghione en el capítulo 6, «Se encuentra en todos los mapas geográficos del mundo o del Atlántico hasta la primera mitad del siglo XIX. Pero presenta una particularidad: no existe». ¿Cómo que no existe?, me pregunto y vuelvo a leer el párrafo. No he leído mal. «Es una isla fantasma», continua Ghione como respondiendo mi pregunta, «nacida del informe inexacto de un navegante o de su imaginación, y transmitida con tenacidad de cartógrafo a cartógrafo durante más de trescientos años.»
Detengo la lectura. ¡Islas fantasmas!, grito para mí. ¿Quién no ha tenido islas fantasmas? ¿Quién no ha sido desengañado? ¿Quién no ha abierto los ojos después de trescientos años de ceguera? ¿Quién no ha tenido amores que nunca fueron amores, amistades que nunca fueron amistades, negocios que nunca fueron negocios?
«La historia de las islas fantasmas que quedaron en la memoria de las leyendas, requeriría capítulo aparte» continúa Ghione, «y en cierto modo ya ha sido narrada: desde la isla de San Brandano, donde reinaba la paz, la armonía y al eterna juventud, pasando por la de Buss, vendida por unos astutos marineros a la compañía de Navegación del Hudson, hasta la isla de Frisland, cuyos productos vendían los venecianos; para no hablar de las islas fantasmas de la literatura, la música y la poesía…»
Sí, la historia de las islas fantasmas ya ha sido narrada. La narran los años, el tiempo. Sí, ellos, marinos errantes que nos demuestran qué es qué, quién es quién en nuestras vidas; cartógrafos infalibles que nos quitan las vendas, nos ponen anteojos y hacen que veamos un mar menos difícil que navegar.
¿quien no ha tenido Islas Fantasmas?
ResponderEliminarCreo que no hay respuesta negativa verdadera para esta pregunta.
Incluso, cuando queremos ocultar la verdad - nos refugiamos en esas Islas Fantasmas.
Cuando adolescente iniciè una magica vida, y ahora me refugio en aquellos momentos... Romper las tradiciones sociales fue díficil pero ya lo hice... recuerdo que aquellas Islas Fantasmas anidaron mis mas grandes fantasias y mis ansias de libertad...
Yo diria - " gracias Islas Fantasmas " me ayudaron a pasar momentos dìficiles en mi vida...
me gusto mucho tu blog, veo que tienes cosas muy interesantes.
ResponderEliminarsaludos
Gracias, astrologia.
ResponderEliminarSí pues, anónimo; aveces preferimos engañarnos a desengañarnos.
Querido Ulises,
ResponderEliminartu blog es excelente.
Muchas gracias por compartir tus anotaciones.
Saludos y por favor sigue escribiendo.